Se hizo el silencio y sólo se escucharon gritos de dolor. Cuando Carolina Marín se rompió el ligamento y los meniscos de su rodilla derecha, su tercera lesión grave, se rompió el corazón de todos los presentes en el Arena Porte de La Chapelle y de todos los españoles que seguían el partido a través de la televisión. Aquel 4 de agosto en París, si la mala fortuna no hubiera aparecido por enésima vez, la onubense, que iba lanzada en su partido de semifinales, se hubiera asegurado, como mínimo, su segunda medalla olímpica. Repetir el oro de Río de Janeiro, por lo que se estaba viendo sobre la pista, parecía lo más probable. En un mal apoyo tras salto, sin embargo, todo se esfumó.
Los momentos posteriores a la lesión fueron largos. Carolina, obviamente, no pudo atender a los medios presentes. En su nombre, habló su entrenador, Fernando Rivas. “Carolina está hundida. No tenemos palabras. No tenemos palabras para describir cómo ha sido. Me ha dicho que no quería terminar así su carrera”, expresó el técnico, aún con lágrimas en los ojos. Ese mismo día, sin embargo, la campeona olímpica, de nuevo, empezó un camino ya conocido. El de la resiliencia. El de siempre mirar hacia adelante. El de no rendirse nunca. Y los aficionados, con multitud de mensajes de apoyo, le dieron la mano para volver a andar a su lado. “No me he traído la medalla de oro, pero me he traído otra medalla que en mi vida me hubiera imaginado que se podía conseguir: el cariño, el apoyo y la empatía de la gente”, ha repetido Marín en múltiples ocasiones desde entonces.
Entre las muestras de cariño, Carolina recibió un mensaje de un número que no tenía guardado. “Carolina, ¿qué tal? ¿Cómo estás?“, empezaba el audio de WhatsApp, con una voz familiar, pero que, tras todo lo vivido aquel día, no identificó de primeras. “Creo que a todos se nos ha partido el corazón cuando hoy te hemos visto. Eres una crack y lo has demostrado mil veces. Sólo quería mandarte toda la fuerza y ánimos en estos momentos, que sé que son, seguro, muy duros”, continuaba el mensaje de voz, reproducido de forma íntegra en el nuevo documental de Carolina, La Lucha infinita. Sólo quedaba por saber el nombre del emisor, el mayor ídolo de Marín (y de la mayoría de españoles): Rafa Nadal. “Soy Rafa, por cierto”, añadía el balear, con más palabras de admiración en la nueva producción de Movistar+.
“Es el momento de estar con ella. Mucho más que si hubiera ganado el oro. En el corazón de los que la queremos y de los españoles en general es como si hubiera traído la medalla. Superar todas las adversidades que ha ido encontrándose en su carrera, le ha hecho tener una disciplina y una determinación que hacen que la persona termine brillando con la deportista“, le dedica Nadal a Carolina. Palabras a las que se une otra leyenda del deporte español, Saúl Craviotto. “Cuando cierro los ojos y pienso en París, me viene Carolina Marín. Cómo salió de esa pista sin dejarse ayudar, de pie, aplaudiendo al público, sabiendo que el mundo se estaba desmoronando en ese momento… creo que fue un ejemplo para todos”, le dedica el piragüista, que en París se convirtió en el español con más medallas olímpicas (6). La de Carolina se forjó con cariño.
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