Ozzy Osbourne, el inigualable líder de Black Sabbath y una de las figuras más polémicas e influyentes del rock mundial, ha fallecido a los 76 años.
La noticia ha sacudido al mundo entero como un trueno en medio del silencio.
Era el hombre que había sobrevivido a décadas de excesos, enfermedades, caídas devastadoras y hasta rumores de muerte falsa.
Pero esta vez, es real.
Su luz —o más bien, su sombra inmortal— se ha apagado.
Todo ocurrió solo semanas después de su concierto de despedida en Birmingham, ciudad natal que lo vio nacer y crecer entre la neblina industrial y los riffs distorsionados.
Aquel show fue una oda a su legado, un cierre de ciclo con lágrimas, ovaciones y una extraña sensación de final definitivo.
Muchos fanáticos presentes comentaron haber notado algo distinto: una mirada más perdida, un gesto de resignación, como si Ozzy supiera que el telón estaba por caer.
¿Fue una despedida planificada o un cruel golpe del destino?
Durante los últimos años, la salud de Ozzy había sido un constante motivo de preocupación.
Enfermedad de Parkinson, intervenciones quirúrgicas en la columna, neumonía, caídas graves… era como si su cuerpo comenzara a rendirse lentamente, mientras su espíritu luchaba por mantenerse en pie.
A pesar de todo, seguía prometiendo volver al escenario.
Seguía grabando.
Seguía soñando.
Pero algo cambió tras ese último show.
Según fuentes cercanas a la familia, Ozzy pasó sus últimos días en casa, rodeado de sus seres queridos.
Su esposa, Sharon Osbourne, estuvo a su lado hasta el último suspiro.
Fue ella quien confirmó la noticia con una frase escalofriante: “Se fue como vivió, con música y con fuego en el alma”.
La familia, aunque devastada, también expresó gratitud por haber podido acompañarlo en sus momentos finales sin dolor, sin máquinas, sin hospitales.
Solo él, los suyos y el silencio de lo eterno.
Las redes sociales estallaron en homenajes, desde fanáticos hasta estrellas del rock que crecieron idolatrándolo.
Tony Iommi, guitarrista de Black Sabbath, publicó una foto junto a Ozzy con el mensaje: “Hoy el mundo pierde a un hermano, a una leyenda, a un alma irremplazable.
Te amo para siempre, Ozz.
” Músicos como James Hetfield de Metallica, Corey Taylor de Slipknot y hasta artistas fuera del rock como Post Malone se despidieron con palabras cargadas de emoción y respeto.
Lo que más duele es la sensación de cierre.
De que una era ha terminado.
Ozzy no fue solo un cantante.
Fue un símbolo.
Una anomalía cultural.
Desde morder la cabeza de un murciélago en pleno escenario hasta protagonizar un reality show familiar que redefinió el entretenimiento televisivo, Osbourne fue el rey de lo inesperado, el amo del caos.
Siempre parecía que iba a durar para siempre.
Y aunque físicamente ya no esté, su eco va a retumbar en cada guitarra distorsionada, en cada grito gutural, en cada alma que alguna vez encontró consuelo en su oscuridad.
Sus hijos, Jack y Kelly, también rompieron el silencio con mensajes desgarradores.
Jack escribió: “Mi héroe.
Mi padre.
Mi ídolo.
Siempre dijiste que morirías en el escenario… y de alguna forma, lo hiciste”.
Kelly, por su parte, compartió una imagen de su niñez junto a él, con la frase: “Nunca estuve lista para esto.
Pero gracias por enseñarme a no tenerle miedo a la muerte, solo respeto”.
Los planes para su funeral aún no se han hecho públicos, pero se especula que habrá una ceremonia privada seguida por un evento conmemorativo masivo en Birmingham, posiblemente con miles de fanáticos reunidos para celebrar su vida con lo único que él siempre quiso: música, ruido y pasión.
Algunos incluso han propuesto que una estatua de Ozzy se erija en el centro de la ciudad, como homenaje eterno al hijo más rebelde de Birmingham.
Mientras el mundo del rock guarda silencio por unos segundos, una verdad se hace inevitable: no habrá otro como él.
Ozzy Osbourne fue una fuerza de la naturaleza, un espíritu indomable que rompió reglas, desafió límites y vivió como quiso, hasta el final.
Su legado no muere con él.
Su leyenda apenas comienza.