Julio Iglesias nació en Madrid el 23 de septiembre de 1943, hijo del doctor Julio Iglesias Puga, y desde joven destacó por su versatilidad: estudiante brillante, portero prometedor del Real Madrid y un joven con el
futuro aparentemente escrito en oro.
Hasta que la noche del 22 de septiembre de 1962 lo cambió todo.
Un accidente de coche en la carretera de Majadahonda lo dejó semiparalizado, aferrado a la rehabilitación durante año y medio.
Con ello, se esfumó su sueño futbolístico y se abrió, de forma inesperada, una puerta a la música.
Fue un enfermero, Eladio Madaleno, quien le regaló una guitarra para ejercitar las manos.
Lo que empezó como terapia se convirtió en un lenguaje nuevo.
Entre poemas musicalizados y presentaciones improvisadas en Peñíscola, Julio empezó a trazar un camino que lo llevaría mucho más lejos de lo que nunca imaginó.
Aprendió inglés en Cambridge, cantó en pubs, conoció a Gwendolyne Bol —musa de una de sus canciones más icónicas— y, sin saberlo, se preparaba para conquistar el mundo.
Su imagen de galán internacional creció al ritmo de sus éxitos.
Se le apodó “el Sinatra español” y se alimentó una leyenda de conquistas sentimentales que él nunca confirmó, pero tampoco desmintió del todo.
“Respeto mucho a las mujeres, aprendo de ellas y las adoro”, insistía, aunque admitía que su vida era la de un hombre coquetón, marcada por giras interminables y romances fugaces.
En 1970 conoció a Isabel Preysler.
En apenas siete meses estaban casados y esperando a su primera hija, Chábeli.
Después llegarían Julio José y Enrique, hoy una superestrella mundial.
El matrimonio, sin embargo, se desgastó bajo el peso de las ausencias y los rumores de infidelidad.
En 1979 se separaron, y Julio se trasladó a Miami, donde iniciaría un nuevo capítulo personal y profesional.
Ese capítulo encontró su centro en 1990, en un aeropuerto de Yakarta.
Allí conoció a Miranda Rijnsburger, una joven holandesa que se convirtió en su compañera durante más de tres décadas.
Criaron juntos cinco hijos —Miguel Alejandro, Rodrigo, las gemelas Victoria y Cristina, y Guillermo— y, tras 20 años de relación, se casaron en su finca marbellí “Las Cuatro Lunas”.
Para Julio, Miranda fue más que pareja: fue ancla, refugio y motor.
Pero junto a las historias de amor, hubo también batallas legales.
La más persistente: la reclamación de paternidad de Javier Santos, respaldada por una prueba de ADN con un 99,9% de coincidencia obtenida de forma encubierta a través de un objeto usado por Julio José Iglesias.
Durante más de tres décadas, Julio ha esquivado notificaciones y maniobras legales han postergado un desenlace.
El caso podría incluso llegar a la ONU, según su abogado, en un último intento de que la justicia reconozca lo que la ciencia ya ha mostrado.
A todo esto, Julio ha aprendido a convivir con rumores, incluso sobre su salud.
En 2023 desmintió que estuviera en silla de ruedas o padeciendo deterioro cognitivo, compartiendo una foto reciente y un bigote nuevo “en honor a mi padre”.
“Nunca he tenido la mente más clara”, aseguró, dejando claro que la pausa pública era decisión propia, no consecuencia de enfermedad.
Ahora, con su serie documental para Netflix en marcha, promete hablar de todo: de su juventud en el Real Madrid, del accidente que le cambió la vida, de sus matrimonios, de sus hijos y de cómo se sostiene su
relación con Miranda a pesar de vivir en casas separadas.
Por primera vez, dice, será él quien escriba la versión oficial.
Las Cuatro Lunas, su refugio en Marbella, será sin duda parte del relato.
Allí celebró su boda, ha recibido a su extensa familia y ha encontrado el espacio para vivir lejos de los flashes.
Piscinas, viñedos, senderos privados y la intimidad que se ha ganado tras medio siglo de exposición pública.
Ese lugar, más que un símbolo de lujo, es el escenario donde Julio ha podido ser simplemente Julio, el hombre que sobrevivió a un accidente, que convirtió una guitarra en salvavidas y que aprendió que los
amores verdaderos, a diferencia de las giras, no tienen fecha de fin.
Pero, como siempre, hay un misterio que persiste.
Él mismo ha dicho que no todo lo que contarán en Netflix será confesión total: algunas cosas, quizá las más jugosas, seguirán guardadas entre él y su memoria.
Y en esa elección está parte de su encanto: la capacidad de contar mucho dejando espacio para que la leyenda crezca.
A sus 81 años, Julio Iglesias no se despide.
Solo cambia de escenario.
Esta vez, su voz no llegará envuelta en una balada, sino en una historia larga, tejida con recuerdos, heridas y triunfos.
Y mientras el mundo espera que se estrene su documental, él sigue, como siempre, un paso adelante… marcando el ritmo de su propia leyenda.