Sin embargo, detrás del brillo de los escenarios y la fama internacional, existe una faceta muy reservada de su vida: la de sus hijos.
Desde su matrimonio con la periodista Natalia Figueroa en 1972, Raphael tomó la firme decisión de proteger la intimidad de su familia, un pacto silencioso que permitió a sus hijos crecer alejados del ruido mediático, pero inevitablemente ligados a un legado que abre puertas y genera expectativas.
Manuel Martos Figueroa, el hijo menor de Raphael, nació en Madrid en 1981, cuando la carrera de su padre ya era un fenómeno consolidado.
A diferencia de seguir los pasos de su famoso padre sobre el escenario, Manuel encontró su vocación en la industria musical, pero desde un lugar distinto: la gestión y la estrategia.
Comenzó desde abajo, aprendiendo el funcionamiento interno de las discográficas y la dinámica del trabajo con artistas, hasta escalar posiciones y ocupar cargos de relevancia en Universal Music Spain.
En junio de 2021, Manuel fue nombrado director general de Virgin Music Label and Artist Services Spain, una división de Universal que ofrece servicios especializados a sellos y artistas.
Desde esta posición, ha supervisado lanzamientos clave, diseñado estrategias de marketing y abierto vías de colaboración internacional, demostrando que su talento radica en construir las estructuras que permiten a otros brillar.
En lo personal, Manuel contrajo matrimonio en 2008 con Amelia Bono, hija del expresidente del Congreso de los Diputados, José Bono.
La pareja tuvo cuatro hijos y proyectó durante años una imagen de estabilidad.
Sin embargo, en 2021 anunciaron su separación, reconciliándose brevemente en 2022 para luego volver a romper en 2024.
Actualmente, mantiene su vida sentimental en la más estricta discreción, sin declaraciones públicas definitivas.
Manuel refleja en su trabajo disciplina, capacidad de negociación y visión a largo plazo.
Su rutina diaria incluye reuniones, contratos, seguimiento de campañas y coordinación de equipos, adaptándose a un mercado musical en constante cambio sin perder el control.
La influencia de Raphael está presente como un estándar de calidad y compromiso, más que como una presión para imitarlo.
Manuel acompaña a su padre en eventos familiares importantes, siempre respetando el lugar de Raphael en el centro del escenario.
Él prefiere la eficacia del segundo plano, donde se toman las decisiones que sostienen carreras enteras, honrando así el legado familiar desde otra trinchera.
Alejandra Martos, única hija de Raphael y Natalia Figueroa, nació en Madrid el 29 de agosto de 1974.
Creció en un ambiente donde la música y la cultura formaban parte del día a día, pero siempre bajo la protección de la discreción familiar.
Desde pequeña mostró inclinación por el arte, no como intérprete, sino como cuidadora del legado material.
Su vocación la llevó a especializarse en la restauración y conservación de obras de arte, una disciplina que exige paciencia, precisión y un profundo respeto por el original.
Su carrera profesional se ha desarrollado principalmente en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, uno de los centros artísticos más prestigiosos de España.
Allí, Alejandra ha participado en proyectos de gran relevancia, como la restauración minuciosa de obras maestras que requieren análisis científicos, estudios de pigmentos y técnicas delicadas para devolver la integridad visual sin alterar la esencia de las piezas.
Alejandra ha sabido equilibrar la visibilidad que implica portar un apellido célebre con el anonimato que exige su profesión.
No concede entrevistas sobre su vida privada y cuando aparece en medios es exclusivamente para hablar de su labor en el museo.
En lo personal, estuvo casada con Álvaro de Arenzana, con quien tuvo dos hijos, Manuela y Carlos.
La relación terminó discretamente, sin filtraciones ni declaraciones públicas.
Su vínculo con el legado de Raphael es silencioso pero firme. Mientras Raphael transmite emociones a través de su voz, Alejandra preserva la historia y el espíritu de las obras que toca.
En el museo es reconocida por su profesionalidad y liderazgo en proyectos complejos, coordinando equipos técnicos y colaborando con expertos internacionales.
Su vida transcurre en silencio mediático, dedicada a su trabajo y a la crianza de sus hijos, demostrando que se puede llevar un apellido tan célebre sin dejar que defina completamente la identidad personal.
Jacobo Martos, el primogénito de Raphael y Natalia Figueroa, nació en Madrid el 3 de agosto de 1973.
Creció rodeado del magnetismo de un padre idolatrado y la firme determinación de una madre que establecía límites claros para proteger la privacidad familiar.
Desde niño, convivió con camerinos, estudios y platós, pero pronto comprendió que la verdadera magia del espectáculo no solo está en quien aparece frente a la cámara, sino en quienes dirigen lo que el público ve.
Jacobo encontró su vocación detrás de las cámaras, formándose en el ámbito audiovisual para convertirse en director y productor de televisión.
Su nombre está asociado a proyectos exitosos en España como *El Internado*, *Allí abajo* y *Desaparecidos*.
Su estilo se caracteriza por la meticulosidad, la solidez narrativa y la versatilidad para abordar géneros diversos, desde el suspense y el drama policial hasta la comedia, siempre manteniendo el pulso narrativo.
Su método de trabajo es riguroso, con preparación exhaustiva, comunicación precisa y control absoluto sobre el ritmo de cada episodio.
Esta disciplina refleja la herencia profesional de Raphael, sin embargo, Jacobo ha construido un camino propio, lejos de la música pero igualmente exigente y competitivo.
En lo personal, mantiene una vida protegida del ruido mediático, evitando entrevistas sobre su intimidad y limitando sus apariciones públicas a eventos familiares o estrenos.
En el plató, es conocido por su capacidad para mantener la calma en situaciones de alta presión, anticipándose y ajustando los imprevistos para que la historia sea siempre la prioridad.
Su relación con el legado familiar es de inspiración, no de dependencia.
Aunque el apellido Martos Figueroa abre puertas, Jacobo se ha asegurado de que su permanencia en la industria audiovisual dependa exclusivamente de su talento y profesionalidad.
Ha demostrado que es posible ser hijo de un icono y, al mismo tiempo, construir un perfil independiente y respetado.
Ser hijo de una leyenda como Raphael nunca ha sido un camino sencillo.
Jacobo, Alejandra y Manuel han crecido bajo el peso de un apellido que despierta admiración y curiosidad, pero cada uno eligió una ruta distinta para escribir su propia historia.
Ninguno buscó imitar a su padre ni vivir de su reflejo. Jacobo se destacó en la dirección y producción audiovisual, Alejandra en la conservación artística y Manuel en la gestión musical.
Los tres comparten un mismo hilo conductor: la discreción, la profesionalidad y el respeto por el legado familiar.
En un mundo donde la fama suele arrastrar a los herederos al escaparate mediático, ellos han demostrado que la verdadera independencia es saber elegir el propio escenario, incluso si este permanece en la penumbra.
Mientras Raphael sigue siendo un símbolo nacional, sus hijos han encontrado su forma de felicidad y realización personal alejados de los focos, construyendo legados propios que honran el nombre familiar con trabajo, pasión y humildad.
