Existen historias de vida que parecen salidas de una novela, donde se mezclan el drama, la superación, el éxito y el esplendor.
La de Palito Ortega —leyenda de la música argentina, conocido como “el chico triste de las canciones felices”— es precisamente una de ellas.
Su trayectoria no solo es la de un artista que conquistó multitudes, sino también la de un hombre que, tras enfrentarse a la pobreza y a duras caídas, logró renacer y, a los 84 años, disfruta de una vida de millonario, rodeado de lujos, familia y un legado artístico que sigue intacto.
Desde las calles polvorientas de Lules, Tucumán, donde el pequeño Ramón Bautista Ortega trabajaba lustrando zapatos y vendiendo diarios para ayudar a su familia, hasta los escenarios internacionales que coreaban La felicidad y Cosas de la vida, su vida es un símbolo de perseverancia.

Con apenas 14 años llegó a Buenos Aires, dormía en lugares prestados y vendía café frente a radios importantes. Allí encontró a sus primeros maestros musicales y poco después se transformó en ídolo juvenil gracias a su voz y a un carisma que conquistaba a todos.
El éxito musical fue apenas el inicio. Ortega se expandió hacia el cine y la televisión, protagonizando películas y programas que marcaron una época.
Con el tiempo, sumó inversiones en bienes raíces que cimentaron su fortuna. Hoy, su patrimonio se calcula en 11 millones de dólares, cifra que lo ubica como el segundo músico más rico de Argentina, solo detrás de Indio Solari.
El orgullo mayor de su vida privada es la imponente estancia “Los Pájaros”, en Luján, a unos 70 km de Buenos Aires. Lo que comenzó como una simple finca en los años 80 se transformó, tras siete años de reformas, en una majestuosa residencia de campo.

Rodeada de jardines, fuentes, piscina y caballerizas, la mansión incluye una capilla privada para ceremonias familiares y un estudio de grabación profesional. Actualmente, uno de sus hijos, Emanuel Ortega, reside allí, manteniendo vivo el espíritu artístico de la familia.
El lujo también se refleja en su colección de automóviles: un Mercedes-Benz Clase S, un BMW Serie 7 y un Range Rover Bog, todos valuados en casi 100 mil dólares cada uno, además de autos clásicos cuidadosamente restaurados.
A esto se suma una exclusiva colección de relojes que incluye modelos Rolex Day Date, Patek Philippe Nautilus y Cartier Santos, piezas que van desde decenas de miles hasta casi 100 mil dólares. En cuanto a vestimenta, Ortega combina la elegancia argentina con la moda internacional, usando trajes a medida de Armani y Zegna, así como camisas y prendas de Gucci, Prada y Hermes.

Los viajes internacionales completan el retrato de un estilo de vida opulento. Junto a Evangelina Salazar, su esposa desde 1967, disfruta de estancias en suites de lujo en París o Venecia, con costos que alcanzan los 2.500 dólares por noche.
Sus vacaciones en Punta del Este o Río de Janeiro, con chefs privados y excursiones exclusivas, superan fácilmente los 20.000 dólares. A ello se suman cruceros por el Mediterráneo o el Caribe, donde reservan suites de alto nivel valoradas en más de 15.000 dólares por trayecto.
Pero detrás del brillo siempre hubo momentos oscuros. En 1981, al cumplir el sueño de traer a Frank Sinatra a Argentina, Ortega estuvo al borde de la ruina debido a la crisis económica. Se instaló en Miami, trabajó incansablemente y con el apoyo del propio Sinatra logró pagar sus deudas.

Años más tarde, incursionó en política y llegó a ser gobernador de Tucumán en 1991, con el objetivo de mejorar su provincia natal, aunque su gestión recibió críticas y su carrera política no tuvo el mismo impacto que la artística.
Hoy, Palito Ortega divide su tiempo entre la música, la vida familiar y el disfrute de sus nietos. Su existencia, marcada por la humildad inicial y la grandeza final, es un ejemplo de que el destino no está escrito por el origen, sino por la pasión, la constancia y la voluntad de luchar.
Su vida, llena de contrastes, confirma que Palito no solo fue el intérprete de canciones alegres, sino también un símbolo de superación y resiliencia que trascendió generaciones.