Moroleón, Guanajuato — una ciudad conocida por su calma y su tradición textil — se convirtió en escenario de un crimen que estremeció a todo México.
La noche del sábado, el diseñador de moda Edgar Molina, uno de los nombres más influyentes del sector, fue asesinado a tiros
mientras conducía una camioneta acompañado de una mujer cuya identidad aún no ha sido revelada.
La noticia se propagó como pólvora: el hombre que vistió a políticos, empresarios y celebridades, y que representaba el rostro moderno de la elegancia mexicana, fue hallado muerto dentro de su propio vehículo.

Pero lo más inquietante no fue su muerte, sino la reacción inmediata y sin precedentes de las autoridades. Pocas horas después de confirmarse el deceso, se llevó a cabo un cateo de alto nivel en su residencia privada de Moroleón.
De acuerdo con fuentes de seguridad, la operación fue dirigida directamente por Omar García Harfuch, coordinador nacional de Seguridad, quien supervisó en tiempo real cada movimiento desde su oficina en Ciudad de México, utilizando cámaras tácticas instaladas en los uniformes de los agentes.
Una movilización de esa magnitud —con la participación de la Guardia Nacional y la Fiscalía del Estado— despertó sospechas: ¿por qué un caso de homicidio aparentemente simple requería tal despliegue estratégico y secreto?
El perfil de Edgar Molina explica parte del misterio. Con más de 15 años de trayectoria, su nombre se había convertido en sinónimo de lujo y sofisticación.

Fue el diseñador favorito de varias figuras públicas, entre ellas la gobernadora de Guanajuato, Livia Dení García Muñoz Ledo, quien lució uno de sus vestidos en la ceremonia del Día de la Independencia. Sus colecciones fusionaban la estética contemporánea con raíces mexicanas, ganando reconocimiento internacional.
Sin embargo, detrás del éxito, existían señales de alarma: amigos cercanos aseguran que Molina vivía bajo una presión constante, recibía llamadas extrañas y, en las últimas semanas, había mencionado su intención de “salir del país” por motivos de seguridad.
El cateo en su residencia se efectuó de madrugada, bajo un operativo hermético. Los vecinos relatan que vieron vehículos sin logotipos oficiales, luces cegadoras y agentes con credenciales confidenciales. El área fue acordonada durante horas.

Dentro de la casa, los peritos realizaron un registro exhaustivo, utilizando equipos de rastreo y escáneres manuales. El punto de mayor interés fue el despacho personal de Molina, donde se incautaron documentos financieros, cuadernos con anotaciones cifradas y varios dispositivos electrónicos protegidos con contraseñas complejas.
Uno de los hallazgos más impactantes fue un compartimento oculto tras una pared de madera en su vestidor. En su interior, los agentes descubrieron una caja de seguridad con joyas, dinero en efectivo y un disco duro externo de 300 GB.
Según fuentes cercanas a la investigación, los archivos almacenados podrían incluir videos, fotografías y registros de reuniones privadas con personajes de alto perfil de la política y el empresariado mexicano. Algunos de los datos estaban encriptados con sistemas de seguridad de nivel profesional, lo que refuerza la hipótesis de que Molina manejaba información sensible.

Junto a esos hallazgos, también se encontraron boletos de avión, recibos de transferencias internacionales y tarjetas bancarias extranjeras, lo que sugiere que el diseñador tenía vínculos financieros fuera de México o preparaba una salida del país.
Todo esto ha llevado a los investigadores a sospechar que Molina pudo haber sido parte —o víctima— de una red de operaciones económicas ilícitas.
Sin embargo, el detalle más alarmante es la desaparición misteriosa de uno de sus teléfonos personales. El dispositivo, que formaba parte del inventario oficial, se habría extraviado antes de ser entregado a los peritos federales.
Fuentes cercanas aseguran que ese teléfono contenía mensajes y llamadas con empresarios y políticos de la región, y que su pérdida no fue un accidente, sino una maniobra interna para ocultar pruebas comprometedoras.

Hoy, el nombre de Edgar Molina se ha transformado en símbolo de una intersección peligrosa entre fama, poder y secretos financieros. Lo que comenzó como un homicidio se ha convertido en un caso de implicaciones nacionales, donde cada nuevo dato abre más preguntas que respuestas.
¿Era Molina un simple artista atrapado en una red de corrupción? ¿O era el custodio involuntario de información que podría desestabilizar a figuras influyentes?
Mientras las autoridades mantienen el caso bajo un hermetismo absoluto, los investigadores digitales analizan los dispositivos confiscados en los laboratorios forenses de la Ciudad de México.
La familia del diseñador ha pedido respeto y silencio, pero el país entero exige respuestas. Porque en un país donde los secretos pesan más que las verdades, el asesinato de Edgar Molina podría ser el espejo más claro de cómo se entrelazan la belleza, el dinero y el poder.
Y entre todos los enigmas que rodean su muerte, persiste la misma pregunta que atormenta a México:
¿Fue Edgar Molina una víctima… o alguien que sabía demasiado?