Dos semanas sin Kimberly: cuando el silencio del gobierno se convierte en el segundo crimen

En México, cada día desaparecen decenas de mujeres. Sus rostros aparecen fugazmente en las redes, se imprimen en carteles y se pegan en postes de luz, para luego desvanecerse en el olvido.

Pero el nombre de Kimberly Hillary Moya González no se ha borrado. Tal vez porque su historia desnuda algo más que una tragedia individual: expone la indiferencia de un país que se ha acostumbrado al horror.

El 2 de octubre, Kimberly —una joven de 17 años, estudiante del CCH Naucalpan de la UNAM— salió de su casa para fotocopiar tareas.

Un trayecto de apenas 15 minutos. Nunca regresó. Han pasado más de dos semanas, y la pregunta más básica sigue sin respuesta: ¿Dónde está Kimberly?

Two men arrested for Kimberly's disappearance - YouTube

Kimberly no era un símbolo. Era una adolescente común: alegre, generosa, disciplinada. Le gustaban el Taekwondo, la gimnasia, leer, tejer y reparar su propia ropa.

Su madre, Jaqueline Hernández, la describe como “una niña de luz, que siempre sonreía y ayudaba a los demás”. Pero en México, donde ser mujer joven ya es un riesgo, esa normalidad se ha vuelto un lujo.

“No busco lástima”, dijo Jaqueline ante decenas de estudiantes reunidos frente a la escuela. “Solo quiero a mi hija de vuelta. Cada minuto sin ella es una eternidad.”

Las cámaras de seguridad mostraron a Kimberly saliendo de un cibercafé, con su mochila al hombro, rumbo a casa. Después, nada. Ninguna señal telefónica, ningún testigo, ningún rastro.

El barrio San Rafael Chamapa, en Naucalpan, donde vivía, es un lugar pobre y peligroso, donde la policía rara vez interviene. “Aquí, cuando una chica desaparece, nadie se sorprende”, comenta un vecino. Esa normalización del miedo es, quizás, el síntoma más terrible.

La noticia se esparció por redes sociales. Amigos, profesores y colectivos feministas comenzaron una campaña con el hashtag #BuscamosAKimberly. Sin embargo, mientras la sociedad civil se movía, las autoridades permanecían inmóviles.

En casos de desaparición, el tiempo es el enemigo. Cada hora que pasa reduce las probabilidades de encontrar con vida a la víctima. Pero, según la madre, la Fiscalía del Estado de México tardó días en abrir una carpeta de investigación.

Cansada de esperar, Jaqueline organizó bloqueos de carreteras, acompañada por estudiantes del CCH. Gritaban el nombre de su hija mientras mostraban pancartas con su rostro. “Si no salimos a la calle, nadie nos escucha”, dijo un compañero de clase.

Pero no todos los transeúntes mostraron empatía. Algunos conductores se quejaron del tráfico, increpando a los manifestantes. En medio del caos, Jaqueline rompió en llanto: “Les molesta más el atasco que una niña desaparecida.”

Como en casi todos los casos mediáticos, la desinformación llegó antes que la verdad. Un video se viralizó mostrando a una joven con una maleta, afirmando que era Kimberly huyendo de casa.

La madre tuvo que salir a desmentirlo públicamente: se trataba de otra chica llamada Dulce. “No dañen más con mentiras”, suplicó.

Al mismo tiempo, la investigación se desviaba. La Fiscalía detuvo e interrogó a José Manuel Vergara, expareja de la madre, señalándolo sin pruebas.

Días después fue liberado. El daño, sin embargo, ya estaba hecho: la confusión, la desconfianza y la sensación de que el caso se manejaba con torpeza.

Once días después de la desaparición, se anunció la detención de dos hombresGabriel Rafael N (57 años) y Paulo Alberto N (36 años).

Según la versión oficial, Gabriel interceptó a Kimberly y la obligó a subir a un Volkswagen gris conducido por Paulo.

Durante el registro de un taller mecánico perteneciente a Gabriel, los investigadores hallaron unas botas marrones con manchas de sangre.

Los análisis genéticos confirmaron que la sangre era de Kimberly. Las autoridades creen que Gabriel las usó el día del crimen.

Sin embargo, nada se sabe sobre el paradero de la joven. Ninguno de los dos detenidos ha confesado. No hay cuerpo, no hay testigos, solo una madre que sigue buscando entre sombras.

Entonces apareció Jessica García, hija de Gabriel Rafael N, para denunciar que el arresto de su padre fue “un montaje”.

Afirmó que fue detenido sin orden judicial, mantenido incomunicado tres días y luego presentado como culpable. “Solo necesitan a alguien que cargar con la culpa”, declaró ante la prensa.

Sus palabras encendieron otra pregunta, tan dolorosa como inevitable: ¿está la Fiscalía investigando, o está fabricando culpables?

México vive una tragedia estructural. Más de 130.000 personas desaparecidas; una cifra que crece año tras año.

En la administración actual, los casos aumentaron un 60%, con casi 15.000 nuevas desapariciones solo en el último año. Son números que esconden lágrimas, madres que buscan, y nombres que se desvanecen de las portadas.

Jaqueline Hernández, sin embargo, se niega a rendirse. “Buscaré en cada rincón, hablaré con quien sea necesario. No pararé hasta traer a Kimberly a casa.”

La desaparición de Kimberly no es un hecho aislado. Es un espejo donde México se mira y no se reconoce. Un país donde el silencio se ha vuelto cómplice, donde el dolor se archiva y donde las madres son las que terminan haciendo el trabajo de la justicia.

Han pasado dos semanas. Dos semanas sin Kimberly. Dos semanas de excusas, de promesas vacías, de silencio. Un silencio que duele, que mata, que se convierte en el segundo crimen.

Y mientras todo sigue igual, la voz de una madre sigue resonando sobre el ruido de la indiferencia:

“¿Dónde está mi hija?”
¿Y cuántas Kimberly más tendrá que perder México antes de despertar?

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