LAS SOMBRAS QUE ACECHAN A LA ALCALDESA DE URUAPAN

La noche en Uruapan pesa como el plomo. Bajo las luces amarillentas de la plaza central, donde antes jugaban las familias agricultoras, ahora solo se escucha el zumbido de los helicópteros de la Guardia Nacional sobrevolando la ciudad.

Una urbe que alguna vez fue símbolo de prosperidad aguacatera se ha convertido en un campo sitiado. En ese escenario de miedo y luto,

una mujer de 32 años, Grecia Itsel Quiroz García, esposa del asesinado alcalde Carlos Manso, sube al escenario del poder no por las urnas, sino entre lágrimas y escoltas armados.

La mañana del 5 de noviembre, la sesión del Congreso de Michoacán fue breve, tensa y silenciosa. Afuera, vehículos blindados y soldados federales resguardaban cada acceso.

Nunca antes se había visto una transición política tan acelerada y llena de tensión. En solo 24 horas —del 4 al 5 de noviembre— el Congreso aprobó la propuesta, firmó la designación y realizó la toma de protesta.

Todo en tiempo récord, impulsado por el miedo: miedo al vacío de poder, a los disturbios y, sobre todo, a que los asesinos de Manso volvieran a actuar.

El nombramiento de Quiroz no fue una casualidad. Antes de la tragedia, ella presidía el DIF municipal y era figura clave en la campaña que llevó a su esposo a la victoria en 2024, bajo la bandera del Movimiento Independiente El Sombrero, una fuerza política ciudadana que desafió a los partidos tradicionales.

Ahora, ese mismo movimiento busca sobrevivir a través de ella: una viuda joven que encarna la lealtad y el dolor. Pero en el ojo de los criminales, ella representa algo distinto: un blanco visible, una antorcha que podría apagarse en cualquier momento.

El día anterior a su juramento, Quiroz se reunió durante dos horas en Palacio Nacional con la presidenta Claudia Sheinbaum.

La reunión, mantenida en estricto hermetismo, contó con la presencia del secretario de Seguridad Federal Omar García Harfuch, el exgobernador Lázaro Cárdenas y Juan Manso, hermano del alcalde asesinado y actual subsecretario de Gobierno estatal.

La nueva alcaldesa llegó escoltada por catorce elementos de la Guardia Nacional.

El mensaje posterior fue contundente: el gobierno federal respaldará plenamente a Uruapan dentro del marco del “Plan Michoacán por la Paz y la Justicia”.

Sheinbaum prometió que la investigación por el asesinato continuará “hasta las últimas consecuencias”. Pero en Michoacán, las promesas suelen chocar contra la realidad de las balas.

Según información de inteligencia militar, nueve jefes criminales siguen libres en Michoacán.

Entre ellos figuran Nemesio Oseguera Cervantes “El Mencho” del CJNG, Miguel Ángel Gallegos Godoy “El Migueladas”Juan José Farías “El Abuelo” de Cárteles Unidos, Nicolás Sierra Santana “El Coruco” de Los Viagras y César Alejandro Sepúlveda “El Botox” de Los Blancos de Troya.

Cada uno controla un territorio, un ejército y un flujo de dinero ilícito. Durante años, las fuerzas federales evitaron enfrentarlos directamente, priorizando los cárteles internacionales.

Pero el asesinato de un alcalde en funciones —a plena luz del día— cambió el tablero: Uruapan se convirtió en una zona de guerra.

El autor material, un joven de entre 17 y 19 años conocido como “El Cuate”, fue abatido minutos después del crimen.

Su cuerpo dio positivo a metanfetamina, marihuana y residuos de pólvora. No portaba identificación. Algunos medios locales sugirieron que era pariente de “El Prangana”, operador del CJNG en la región, pero la presidenta Sheinbaum desmintió esa versión.

Hasta hoy, la identidad del asesino sigue sin confirmarse oficialmente. Un fantasma más de la guerra sucia que carcome a Michoacán.

Mientras tanto, la violencia se expandió como pólvora. En Morelia, las protestas tras el funeral de Manso se transformaron en disturbios; ocho personas fueron detenidas, siete liberadas, una acusada de daños.

El gobernador Alfredo Ramírez Bedoya culpó a la oposición, aunque sin pruebas. En Apatzingán, el ayuntamiento fue incendiado por manifestantes; y en Zinapécuaro, el exalcalde Alejandro Correa desapareció el 2 de noviembre, dejando su camioneta y pertenencias en un hotel abandonado. Nadie ha vuelto a verlo.

El gobierno federal respondió con un operativo especial: cerca de 400 elementos de la Guardia Nacional fueron desplegados en Uruapan para recuperar el control territorial y garantizar la seguridad de la nueva alcaldesa.

Sin embargo, el escepticismo entre los ciudadanos es evidente. “Los soldados vienen y se van, pero los narcos siempre se quedan”, dice un comerciante en voz baja mientras mira hacia la calle vacía.

Desde Washington, la portavoz de la Casa Blanca Caroline Leavitt expresó su “profunda preocupación” y condenó “toda forma de violencia política”.

Pero detrás de las declaraciones diplomáticas se oculta un mensaje más duro: Estados Unidos presiona a México para que actúe con más contundencia.

Fuentes cercanas al equipo de Donald Trump revelaron que se ha discutido incluso una posible intervención militar limitada en territorio mexicano para combatir directamente a los cárteles.

La presidenta Sheinbaum reaccionó de inmediato: “México no permitirá ninguna intromisión extranjera. La soberanía no se negocia.” Sus palabras fueron una respuesta a Washington… pero también a los poderes ocultos que vigilan desde dentro.

En medio de esta tormenta, Grecia Quiroz apareció frente al Palacio Municipal de Uruapan. Su voz tembló, pero sus palabras fueron firmes:

“Carlos no ha muerto. Vive en cada idea del Movimiento El Sombrero. No nos callarán.”

Para unos, fue un grito de esperanza. Para otros, una provocación. En Uruapan, cualquier persona que repita las palabras de Manso —“Nadie compra esta ciudad”— sabe que desafía a la muerte.

Porque aquí, en Michoacán, la justicia camina descalza y el silencio siempre cuesta caro. Las viudas se vuelven símbolos, los jóvenes asesinos desaparecen sin nombre, y los narcos deciden quién vive y quién muere.

Cuando cae la noche y los helicópteros se alejan, Uruapan vuelve a su aparente calma. Pero debajo de esa quietud, la pregunta persiste como un eco entre los árboles de aguacate y las calles vacías:
¿Quién controla realmente Uruapan? ¿Y quién será el próximo en ser silenciado?

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