Nunca antes una decisión había sacudido así los cimientos del sistema de seguridad mexicano.
Omar García Harfuch, secretario de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC), un hombre que ha sobrevivido a atentados y amenazas de los cárteles más poderosos del país, ha anunciado una estrategia que muchos ya califican como “la purga silenciosa tras los muros”: llevar la guerra contra el crimen organizado hasta el corazón de las prisiones mexicanas, donde durante años se ha tejido la verdadera red de control criminal.
Durante décadas, las cárceles de México no han sido solo lugares de reclusión, sino auténticos centros de operaciones clandestinos, desde donde se ordenan secuestros, extorsiones, asesinatos y negocios ilícitos.
Según el informe presentado por Harfuch, 12 centros penitenciarios concentran el 56% de las llamadas de extorsión detectadas en la línea 089.

Detrás de esas cifras se oculta una realidad alarmante: las amenazas, los cobros de piso, las órdenes de muerte — todo emanaba desde dentro de los muros del Estado.
Con una firmeza poco común, Harfuch declaró que “el silencio debe volver a las cárceles” — y lo hizo realidad.
El gobierno mexicano ordenó bloquear por completo las señales de telefonía móvil y comunicación en los principales penales del país, entre ellos Altamira, Matamoros (Tamaulipas) y Santa Marta Catitla (Ciudad de México).
En estas zonas, la señal ha muerto: ni llamadas, ni mensajes, ni órdenes criminales saliendo al exterior. Para el primer trimestre de 2026, 27 centros penitenciarios federales y locales estarán bajo este “manto de silencio tecnológico”.
Pero el plan va más allá de apagar teléfonos. Se instalarán inhibidores de frecuencia, sistemas de videovigilancia cerrada, sensores de movimiento y escáneres avanzados, con el fin de eliminar cualquier vía de comunicación o control criminal desde el interior.

Desde el 6 de julio, se han realizado 730 inspecciones en 275 prisiones de todo el país, decomisando miles de teléfonos, chips, drogas, armas y objetos prohibidos.
La línea 089, considerada los “ojos y oídos del Estado”, muestra resultados contundentes: más de 83.000 llamadas de denuncia, con un 75% de extorsiones evitadas antes de consumarse, 10% resueltas tras el hecho, y la apertura de 2.929 carpetas de investigación.
En total, 478 personas fueron detenidas en 22 estados, muchas de ellas líderes de redes de extorsión vinculadas a cárteles internacionales.
Mientras tanto, las cifras nacionales reflejan un giro histórico. Entre septiembre de 2024 y octubre de 2025, los homicidios dolosos disminuyeron 37,3%, lo que significa 32 vidas salvadas cada día. En comparación con 2019:
- Secuestros: –59%
- Robos a negocios: –56,8%
- Robos a viviendas: –52,3%
- Robos con violencia: –48,6%

En trece meses, 37.000 delincuentes de alto impacto fueron detenidos; casi 300 toneladas de drogas incautadas, incluyendo más de 4 millones de pastillas de fentanilo — una sustancia capaz de matar con solo unos miligramos.
Se confiscaron 18.981 armas de fuego y se destruyeron 1.614 laboratorios de metanfetamina. Solo en octubre pasado, se desmantelaron 47 laboratorios, se detuvieron 2.300 sospechosos y se aseguraron 13 toneladas de droga y 1.700 armas.
En el estado de Michoacán —epicentro del crimen organizado—, Harfuch lanzó el Plan Michoacán por la Paz y la Justicia, un programa integral con 12 ejes de acción y más de 100 medidas específicas, que abarcan el desarrollo económico sostenible, la infraestructura, la salud, la cultura y la educación.
El objetivo es claro: romper el ciclo de violencia que nace de la pobreza y la marginación.

El asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manso, marcó un punto de no retorno. Tras su muerte, el gobierno desplegó unidades mixtas del Ejército, la Guardia Nacional y la Fiscalía estatal.
Se establecieron mesas de seguridad quincenales y un sistema de denuncias anónimas para proteger a las víctimas de extorsión.
La investigación, encabezada por la Fiscalía General de la República, apunta a crimen organizado, aunque no descarta motivaciones políticas. Según Harfuch, uno de los escoltas del alcalde abatió a un agresor, y los peritajes buscan determinar qué armas intervinieron en el ataque.
La presidenta Claudia Sheinbaum aprovechó para hacer una comparación contundente:
- Felipe Calderón (2006–2012): aumento del 148% en homicidios.
- Enrique Peña Nieto: aumento del 42%.
- Andrés Manuel López Obrador: reducción del 9%.
- Sheinbaum (actual): reducción del 37% en un solo año.

“Ya no es una guerra —es la construcción de la paz”, afirmó. “La paz no se impone con balas, se construye con justicia, con oportunidades y con el fin de la impunidad.”
En paralelo, las Fuerzas Armadas activaron los planes DN3E y MARINA, el puente aéreo humanitario más grande en la historia de México, con 47 aeronaves que transportaron más de 500 toneladas de ayuda para los estados afectados por inundaciones: Hidalgo, Veracruz, Puebla, Querétaro y San Luis Potosí.
Las imágenes de soldados y civiles reconstruyendo juntos calles y cocinas comunitarias se han convertido en símbolo de esperanza.
Sin embargo, la decisión de bloquear las señales en las cárceles no está exenta de controversia. Algunos organismos de derechos humanos advierten que podría afectar la comunicación legítima de los reclusos con sus familias o abogados.
Los defensores del plan responden que cuando los derechos se usan para proteger el crimen, el Estado debe intervenir. Para muchos expertos, esta medida representa un cambio estructural en la política de seguridad mexicana, porque ataca el cerebro del crimen, no solo sus tentáculos.
Omar García Harfuch, el hombre que sobrevivió a un intento de asesinato en 2020 y que hoy encarna la nueva doctrina de seguridad nacional, sabe que la verdadera batalla no se libra en las calles, sino en las sombras del propio sistema.
Al cortar las señales, está cortando también el poder invisible que por años se extendió desde las prisiones hacia todo el país.
Una decisión audaz, arriesgada, pero también necesaria. Una medida que podría redefinir para siempre el rostro de la seguridad mexicana en el siglo XXI.