Durante más de dos décadas, Fidel Rueda apareció bajo las luces del escenario como el símbolo indiscutible del norteño con requinto: fuerte, auténtico, emotivo y, aparentemente, inquebrantable.
Sin embargo, a los 42 años, una confesión sorprendente del propio cantante nacido en Culiacán sacudió al público y encendió un debate nacional
: ¿qué había ocurrido realmente detrás de las sonrisas, los éxitos radiales y los aplausos multitudinarios?
La historia que decidió contar no solo generó polémica en la industria musical, sino que también abrió una ventana hacia un mundo íntimo que poco tenía que ver con la imagen del artista sólido que México creyó conocer.

Desde hace años, los especialistas notaban señales extrañas: desapariciones momentáneas, miradas perdidas en entrevistas esporádicas, presentaciones canceladas sin explicación y un silencio progresivo en sus redes sociales.
Pero solo cuando Fidel habló abiertamente, la verdad comenzó a revelarse: una lucha interna silenciosa, marcada por heridas antiguas, presiones profesionales y pérdidas personales que dejaron cicatrices profundas.
Nacido en 1983 en Culiacán, Sinaloa —una tierra donde la música norteña se respira como parte del alma— Fidel creció en un hogar encabezado por su madre, Doña Hermelinda. Su padre se marchó cuando él tenía apenas cinco años. Aquella ausencia temprana abrió una herida emocional que lo acompañó toda la vida y que él, sin saberlo, intentó llenar con música.
De niño, aprendió a tocar de oído. A los ocho años ya reproducía melodías completas; a los doce, formó un pequeño grupo para amenizar fiestas locales.

Pero el camino fue duro: trabajó como ayudante de electricista, repartidor de agua y hasta vendedor de discos piratas solo para ahorrar lo suficiente y seguir cerca de la música.
Ese esfuerzo moldeó no solo su carácter, sino también su sonido distintivo: el requinto norteño, que eventualmente lo convertiría en un artista único dentro del género.
Su primera historia de amor marcó profundamente sus inicios. Fidel mantuvo una relación significativa con María Teresa, una joven estudiante de enfermería.
Ella inspiró varias de sus primeras composiciones. Sin embargo, cuando la carrera de Fidel empezó a despegar, las giras lo alejaron del hogar, mientras ella debía cuidar a su madre enferma.

La relación terminó en una llamada breve y dolorosa. Quienes lo conocían aseguran que Fidel “nunca volvió a ser el mismo” después de esa despedida abrupta.
En 2006, decidió dejar Los Buitres de Culiacán para iniciar su trayectoria como solista. Su sencillo Tú ya eres cosa del pasado explotó inmediatamente y lo catapultó a la fama.
Le siguieron Me encantaría, Paz en este amor y otros éxitos que lo posicionaron entre los nombres más respetados del norteño moderno.
En 2008, su presentación en el Zócalo ante más de 60.000 personas se volvió un hito histórico.
Pero mientras el éxito crecía, las fisuras comenzaron a aparecer. En 2010, Fidel rechazó grabar una canción impuesta por su disquera porque, según él, “no representaba su verdad”.

Aquella decisión desató tensiones silenciosas: productores molestos, oportunidades canceladas y un lento aislamiento mediático.
Para un artista que vivía de la autenticidad, aquella presión se convirtió en un peso insoportable.
Los síntomas de desgaste emocional comenzaron a multiplicarse: insomnio persistente, pérdida de peso, largas horas encerrado solo en cuartos de hotel.
Después de un concierto en California, desapareció durante 36 horas, sembrando pánico en su equipo, para luego reaparecer diciendo simplemente: “Necesitaba estar solo”.
El punto más crítico llegó en 2014, cuando sufrió una crisis de ansiedad en un camerino de Texas. Testigos describen aquella noche como la primera vez que vieron a Fidel completamente derrumbado.
Desde ese momento, la ansiedad, el miedo y un sentimiento constante de vacío comenzaron a acompañarlo.

En el plano personal, la sombra del abandono paterno afectó profundamente sus relaciones. Fidel intentó encontrar a su padre en varias ocasiones, sin éxito.
Ese fracaso reforzó en él un temor persistente: el miedo a ser abandonado. Según personas cercanas, esa inseguridad provocó que muchas de sus relaciones posteriores fueran breves y frágiles.
“Fidel siempre se iba antes de que alguien lo dejara”, confesó un amigo cercano.
La pérdida más dolorosa llegó en 2017, cuando su abuela —la figura paternal más importante en su vida— falleció mientras él estaba de gira en Estados Unidos.
No pudo regresar a despedirse. Ese golpe emocional lo sumió en una etapa de introspección profunda, alejándolo de colegas y disminuyendo radicalmente su creatividad.

Hoy, Fidel vive en un pequeño rancho en las afueras de Culiacán. Ahí encontró aquello que llama “paz verdadera”: prepara su café al amanecer, alimenta a sus perros y toca su requinto bajo un tejado de madera, sin la presión de grabar ni complacer a nadie.
“La música ahora es mía”, confesó a un amigo de confianza.
A su lado se encuentra una mujer fuera del ambiente artístico, quien ha sido clave en su recuperación emocional.
Y fue en un concierto íntimo en Durango, en 2022, donde el cantante finalmente se abrió ante el público y habló de su etapa más oscura:
“No siempre estuve bien… pero nunca dejé de ser yo.”
Hoy apoya proyectos independientes, impulsa a músicos jóvenes y defiende una filosofía que resume su propio recorrido:
La autenticidad vale más que cualquier aplauso fugaz.
La historia de Fidel Rueda no es una tragedia, sino una transformación.
Es el relato de un hombre que atravesó la luz y la sombra, y que eligió ser honesto consigo mismo, incluso cuando esa honestidad implicaba guardar silencio.
Y como él mismo reconoce:
“Detenerse no siempre es rendirse… a veces es la única forma de sobrevivir.”