Mientras el Perú aún digiere el escándalo mediático por el divorcio de la ex Miss Mundo 2004, una noticia aún más dolorosa irrumpió de manera inesperada.
La muerte de Elvia García Linares, madre de Maju Mantilla, no solo dejó un vacío irreparable en su familia, sino que también abrió una serie de interrogantes inquietantes: ¿tuvo esta partida abrupta alguna conexión con el agitado momento que vivía su hija? ¿Y por qué se ha manejado con un hermetismo absoluto?
No hubo parte médico, ni declaración familiar, ni explicación oficial. Solo una frase fría: Elvia García Linares falleció a los 75 años, en silencio.
Para el público, ese silencio generó un vacío lleno de hipótesis. Para Maju, fue el golpe más devastador en medio del peor periodo de su vida.

Durante semanas, la ex reina de belleza estuvo en el ojo del huracán. Críticas, sospechas, acusaciones y rumores sobre su vida privada la perseguían sin descanso.
Y cuando parecía que ya estaba al límite, llegó la noticia que la derrumbó por completo.
Según su asesora y amiga cercana, Olga Sumarán, Maju quedó totalmente “devastada”, sumida en un dolor tan profundo que preocupó a quienes la rodeaban.
El velorio se realizó en la funeraria Nuestra Señora de Fátima, en Miraflores. Familiares, vecinos y amigos asistieron a despedir a la señora Elvia, pero el ambiente estuvo marcado por un luto discreto, casi contenido, como si la familia intentara proteger los últimos momentos de intimidad que les quedaban.
Al día siguiente, el entierro tuvo lugar en el camposanto Mafre de Huachipa, en un acto igualmente privado, lo que hizo surgir nuevas preguntas: ¿qué es lo que la familia desea ocultar de la exposición pública?

La imagen de Maju en el velatorio conmovió a todos. Ya no era la presentadora segura y radiante, ni la Miss Mundo admirada en medio planeta.
Frente al féretro de su madre, era solo una hija rota, aferrada al brazo de su padre, tratando de contener el llanto mientras las cámaras permanecían a distancia.
Su silencio no fue evasión: fue un intento desesperado por proteger lo último que quedaba de su vida familiar.
Ese silencio, sin embargo, alimentó la curiosidad pública. Muchos se preguntaron si el estrés del escándalo mediático, el desgaste emocional del conflicto matrimonial y la presión constante de la opinión pública pudieron haber acelerado el deterioro de la salud de su madre.

Nadie lo confirma, pero la coincidencia temporal sigue generando debate sobre los límites de la prensa y el costo real de la exposición pública.
Cuando todos creían que la familia Mantilla-Salcedo estaba completamente fracturada, ocurrió un hecho inesperado: Gustavo Salcedo, el esposo de Maju —y protagonista del escándalo de infidelidad del que ambos intentaban recuperarse— apareció en la funeraria la tarde del 28 de octubre, acompañado de sus hijos.
Llegó en silencio, sin cámaras, sin discursos, sin defensas mediáticas. Solo un padre llevando a sus hijos a despedirse de su abuela, y quizá, un hombre que necesitaba pedir perdón por cosas que él mismo sabe que no hizo bien.

Olga Sumarán confirmó que Gustavo estuvo allí para apoyar a Maju y que, al menos como padres, la relación entre ellos parecía momentáneamente pacífica.
Intercambiaron palabras breves, pero lo suficiente para mostrar que, por encima del escándalo, seguían siendo una familia enfrentando una pérdida irreparable.
Días antes, Gustavo había intentado cerrar la controversia declarando que nunca fue infiel, asegurando que la historia difundida por los medios carecía de fundamento.
Señaló que Maju ya había aceptado sus disculpas y pidió al público que dejaran de hablar de ella porque “ya era demasiado”.
Dichas declaraciones —ahora contextualizadas en medio del duelo— han generado divisiones: algunos ven sinceridad, otros ven estrategia para recuperar imagen.

Los medios también recordaron la vida de Elvia García Linares, la mujer que crió a Maju en Cajamarca con humildad, disciplina y un amor profundo.
Fue ella quien inculcó en su hija la fortaleza que la acompañó en su vida pública, la misma fortaleza que hoy parece flaquear.
En una entrevista antigua, Elvia dejó palabras que hoy resuenan como una despedida anticipada:
“Le pido a Dios que bendiga su hogar para que siempre haya amor, paz y comprensión.”
Un deseo simple, pero cargado de verdad. Un mensaje que hoy, más que nunca, cobra un significado doloroso y simbólico.
Maju, por su parte, siempre expresó una profunda gratitud hacia sus padres. Aseguraba que todo lo que era —su éxito, su ética, su templanza— provenía de la educación que recibió en casa.

Que sus padres no solo la formaron como profesional, sino como madre, como mujer y como ser humano.
La muerte de Elvia García Linares no es solo una tragedia personal para Maju Mantilla: marca un punto de inflexión. Un antes y un después.
Un cierre abrupto de una etapa y el inicio de otra, en la que no habrá coronas ni cámaras, sino un lento proceso de duelo, reflexión y reconstrucción interior.
Quizá, en medio de la oscuridad actual, lo único que podrá sostenerla será aquella plegaria final de su madre: esa esperanza de que, algún día, el amor y la comprensión vuelvan a encontrar un lugar en su vida.