Las últimas horas de Maritza Espino revelan un panorama estremecedor de violencia doméstica, fallas en los mecanismos de protección y un vacío inquietante en los días que precedieron a su muerte.
Una videollamada en la que apareció un arma pudo haber sido la señal de auxilio que nadie alcanzó a interpretar.
Pocos días después, el cuerpo de la joven fue encontrado dentro de un tambo abandonado en un canal de Uruapan, mientras que sus dos hijas desaparecieron sin dejar rastro. Lo ocurrido en esos seis días mantiene en vilo a la opinión pública y abre interrogantes difíciles de responder.
Según el testimonio de la familia, todo comenzó el 18 de noviembre, cuando Maritza decidió separarse de Luis Felipe D. G. tras una serie de episodios de control y violencia. No era la primera vez que buscaba protección.

La joven había presentado denuncias previas y trataba de alejarse de las agresiones, pero las medidas disponibles no bastaron para garantizar su seguridad.
Tras la decisión de separarse, el hombre presuntamente intensificó el control, restringió la comunicación y, de acuerdo con la hermana de la víctima, emitió repetidas amenazas.
Los días siguientes estuvieron marcados por un creciente nivel de alarma. Luis Felipe retiró a las niñas Sofía Camila y Maritza Natalia de la escuela sin avisar, un acto que la familia interpretó como una señal de peligro inminente.
Maritza intentó localizarlas, buscó comunicarse y recuperar a sus hijas, pero no logró acceder a ellas. Cada intento se convirtió en un nuevo motivo de angustia.
El punto crítico llegó cuando el propio Luis Felipe realizó una videollamada. En la imagen aparecía una de las niñas y, segundos después, un arma que él mostró deliberadamente.

Según la familia, durante esa comunicación lanzó amenazas directas y ejerció presión psicológica con la intención de obligar a Maritza a regresar a la casa.
Ese momento habría sido determinante para que ella reconsiderara su decisión, pese a haber abandonado el hogar por su seguridad.
Tras aquella videollamada, Maritza desapareció por completo. No hubo mensajes, llamadas ni ningún indicio de que siguiera a salvo.
El 24 de noviembre se fijó como la última fecha en la que ella y sus hijas fueron vistas con vida. La familia Espino vivió días de desesperación, reportó la desaparición y mantuvo la esperanza de que las niñas continuaran con vida.

Cinco días después, el peor temor se confirmó. El 29 de noviembre, el cuerpo de Maritza fue hallado dentro de un tambo flotando en un canal cercano a Río Grande de la Ciénega.
Los indicios revelaron que la joven fue asesinada antes de que su cuerpo fuera abandonado en ese lugar.
La casa donde vivía la familia fue asegurada, y las autoridades encontraron señales de que Maritza había estado allí antes de su muerte. Todas las pistas apuntaban hacia el mismo individuo: Luis Felipe.
La Fiscalía del Estado de Michoacán abrió una investigación por feminicidio, una tipificación que refleja la gravedad y la violencia del caso.
La ausencia de las niñas agravó aún más la situación. El 1 de diciembre se activó la Alerta Amber para Sofía Camila y Maritza Natalia, quienes no se encontraban en la escena y habían sido vistas por última vez el 24 de noviembre.

Los investigadores analizan cada pista posible. Revisan los registros telefónicos, cámaras de seguridad y rutas potenciales para reconstruir los movimientos del sospechoso durante los días clave.
Cada dato podría ser decisivo para localizar a las menores, víctimas inocentes atrapadas en una tragedia familiar de dimensiones devastadoras.
El caso de Maritza Espino no es solo una tragedia individual, sino también un llamado urgente de atención sobre la vulnerabilidad de tantas mujeres que denuncian violencia y aun así quedan desprotegidas.
A pesar de haber pedido ayuda y alertado sobre las agresiones, Maritza no logró escapar del peligro. Hoy la sociedad exige respuestas mientras continúa la búsqueda de Sofía y Maritza, con la esperanza de encontrarlas con vida en medio del dolor que sacude a toda una comunidad.