Desde el momento en que las víctimas fueron trasladadas de urgencia al hospital tras consumir unas frambuesas cubiertas de chocolate aparentemente inofensivas, la opinión pública en Bogotá quedó sumida en la conmoción.
Un postre habitual en las reuniones familiares se convirtió en el detonante de un caso lleno de tensión, secretos, vínculos sentimentales ocultos y una cadena de interrogantes aún sin respuesta.
Entre todos los nombres mencionados en el proceso, el de Zulma Guzmán irrumpió con fuerza, desatando un intenso debate sobre su
verdadero papel en los hechos y llevando el caso a un nivel de controversia nacional.

La naturaleza del caso se esclareció cuando los especialistas en toxicología confirmaron la presencia de talio, un metal altamente letal, en las frambuesas ingeridas por las víctimas.
Este compuesto no solo es difícil de obtener, sino que raramente aparece en casos de envenenamiento doméstico.
Su presencia prácticamente descartó la posibilidad de un incidente casual. Los síntomas acelerados, el deterioro grave de la salud y las muertes casi inmediatas revelaron que la cantidad utilizada había sido calculada para causar un daño irreversible.
La elección del producto tampoco fue aleatoria, ya que se trataba de un postre habitual de la familia, lo que indica que el autor del crimen conocía claramente sus costumbres y el ambiente íntimo de la vivienda.

A medida que avanzaba la investigación, el nombre de Zulma Guzmán se hacía cada vez más recurrente. No era una desconocida; mantenía desde hace más de veinte años un vínculo social y sentimental con el padre de una de las jóvenes afectadas.
La propia Guzmán admitió que existía una relación oculta entre ambos, un elemento que los investigadores consideran clave para abordar la posible motivación del crimen.
Esta cercanía prolongada le habría permitido conocer detalles sobre reuniones familiares, rutinas diarias y preferencias alimentarias, información que podría ser crucial para la preparación de un acto tan meticuloso.
Además de su relación personal, Guzmán fue señalada por su capacidad para coordinar aspectos logísticos. Desde la compra de las frambuesas cubiertas de chocolate hasta su envío a través de un domiciliario, todo parecía responder a una ejecución planificada.

El repartidor fue el primero en crear un vínculo directo cuando declaró que la persona que le entregó el paquete era amiga de Guzmán.
Este testimonio abrió un hilo conductor coherente con las dos visitas registradas: una fallida y otra posterior, cuando finalmente el paquete fue entregado sin levantar sospechas.
Los registros de compra mostraron dos adquisiciones consecutivas los días 25 y 26 de marzo, coincidiendo con el periodo en que el producto pudo haber sido manipulado.
La bolsa utilizada en la entrega llevaba un código impreso que permitió reconstruir la ruta y confirmar la autenticidad del testimonio del repartidor. Estos datos, aunque aislados, formaron un patrón coherente cuando fueron analizados de manera conjunta.

El elemento que más desconcertó a la opinión pública fue la decisión de Guzmán de abandonar Colombia casi inmediatamente después de la muerte de las víctimas.
Su ruta migratoria la llevó primero a Argentina, luego a Brasil, y posteriormente a España y Reino Unido. Los investigadores describen esta secuencia como movilidad fragmentada, un comportamiento que suele asociarse con quienes buscan eludir el escrutinio judicial o dificultar su rastreo internacional.
Cuando los medios comenzaron a mencionar su nombre, Guzmán apareció desde Argentina negando todas las acusaciones y refiriéndose al caso como rumores originados por su relación sentimental con el padre de la víctima.
Afirmó haber viajado para estudiar y aseguró no tener conocimiento de la investigación. Sin embargo, sus declaraciones no lograron explicar los puntos clave: por qué su entorno aparece vinculado al envío del paquete, por qué el producto llegó justamente el día de la reunión familiar, o por qué emprendió un itinerario internacional tan inusual tras la tragedia.

La Fiscalía colombiana, convencida de que hay suficientes indicios para vincularla con el caso, solicitó una Notificación Roja de Interpol. Esta medida no es un simple trámite administrativo, sino un recurso reservado para situaciones de gravedad que requieren cooperación internacional urgente.
Hoy, el caso del envenenamiento con frambuesas es uno de los más polémicos y comentados en Colombia.
Una combinación de testimonios, rastros físicos, análisis toxicológicos y movimientos migratorios atípicos ha generado un mosaico de sospechas que aún sigue creciendo. Pese a ello, la investigación continúa centrada en contrastar versiones y llenar los vacíos que persisten.
La sociedad permanece dividida ante la gran pregunta: ¿Zulma Guzmán es realmente la pieza clave de un plan de envenenamiento cuidadosamente diseñado, o simplemente una figura atrapada en una red de sospechas por sus vínculos personales?
Mientras no haya una respuesta definitiva, el caso seguirá envuelto en un halo de misterio, como una historia que supera la ficción y que mantiene en vilo a todo un país.