AUDIO FILTRADO: la esposa de MARIO PINEIDA revela cómo planeó todo paso a paso

Luego de la muerte de Mario Pineida, una tragedia que sacudió al fútbol ecuatoriano, apareció algo que nadie esperaba escuchar. No fue un comunicado oficial ni una hipótesis policial. Fue una voz. Femenina. Fría. Y una frase que cayó como una sentencia: “Porque mandé matar a mi marido”.

La grabación es clandestina. Once minutos y treinta y dos segundos. No hay llanto, no hay temblor, no hay duda. La voz no habla desde el dolor, habla desde la decisión, como si el final hubiese sido escrito mucho antes del primer disparo. Cada palabra parece medida, cada silencio calculado, como si el relato no fuera una confesión, sino la lectura de un plan ya ejecutado.

Mario Pineida fue asesinado a plena luz del día mientras realizaba compras en una zona comercial concurrida. Dos hombres armados descendieron de un vehículo, dispararon sin mediar palabra y huyeron en segundos. No robaron nada. No dudaron. Fue una ejecución directa. El país quedó paralizado, pero el verdadero escándalo llegó minutos después.

Mario no estaba solo.

Junto a él había una mujer que no era su esposa.

Desde ese instante, la noticia dejó de ser solo un crimen y se convirtió en un rompecabezas inquietante. Las autoridades fueron claras desde el inicio: no fue un asalto, fue un ataque planeado. Alguien conocía su rutina. Alguien sabía que estaría allí, sin escoltas, confiado, y alguien lo estaba siguiendo.

Con el avance de la investigación, el caso empezó a mostrar grietas. Demasiadas coincidencias. Demasiados silencios. Y un detalle que comenzó a repetirse en voz baja dentro del expediente: el GPS del auto. Mario presumía su vehículo como un trofeo. Tecnología de punta, rastreo en tiempo real, seguridad total. Lo que nadie quiso ver es que ese sistema también podía convertirse en una condena.

Su esposa tenía acceso completo al GPS. No de forma clandestina. Él mismo se lo había concedido por confianza, por rutina, por comodidad. Un error que, según los investigadores, pudo haber sellado su destino. El día del crimen, el sistema registró cada movimiento con precisión milimétrica. Hora de salida. Trayecto. Paradas. El punto final donde el vehículo se detuvo para siempre.

No había saltos en la señal. No había errores. Demasiada exactitud para ser casualidad.

Horas antes del ataque, los registros muestran que el GPS fue consultado varias veces desde el teléfono de la esposa. No una, ni dos. Repetidamente. Como si alguien estuviera observando el punto azul avanzar calle por calle, giro por giro, anticipando cada paso. A partir de ahí, el caso cambió de naturaleza.

¿Quién estaba siguiendo ese recorrido en tiempo real?

La respuesta comenzó a tomar forma cuando se confirmó que Mario estaba acompañado por su amante. La presencia de esa mujer no solo desató un escándalo mediático, sino que reforzó una hipótesis inquietante. Alguien sabía exactamente con quién estaba, dónde estaría y a qué hora. Alguien demasiado cercano.

Vecinos declararon que la esposa llevaba semanas distinta. Más callada. Más observadora. Pasaba horas frente al teléfono revisando algo una y otra vez. Cuando le preguntaban si estaba bien, respondía con una sonrisa corta, forzada, como quien guarda un secreto demasiado grande.

El lugar del crimen tampoco fue al azar. Era un punto visible desde varias entradas, pero con salidas rápidas. Ideal para un ataque preciso. Un sitio que solo podía conocerse siguiéndolo. El GPS no mentía. Los horarios no mentían. Las coincidencias eran demasiadas para ignorarlas.

Entonces ocurrió lo impensable.

Se filtró un audio.

Once minutos y treinta y dos segundos que estremecieron incluso a investigadores experimentados. En la grabación, la voz femenina relata cómo descubrió las infidelidades de Mario. No habla de un error aislado. Habla de un patrón. Mensajes borrados. Llamadas secretas. Hoteles. Citas que no cuadraban. Dice que no lo enfrentó. Que no hubo gritos ni peleas. Decidió observarlo.

Como a un adversario.

En el audio, la mujer admite que memorizó cada movimiento, cada horario, cada ruta. Cada salida al supermercado. Cada recorrido con el GPS activo. Sabía todo y lo documentaba. Luego describe el plan paso a paso con una frialdad que hiela la sangre. Primero, confirmar que ese día saldría a hacer compras. No cualquier día. Uno calculado cuidadosamente.

Segundo, verificar mediante el GPS que no estuviera acompañado por seguridad o personas que pudieran interferir. Recuerda cómo consultó el punto azul varias veces para asegurarse de que el recorrido coincidiera exactamente con lo esperado. Tercero, esperar a que estuviera con la amante.

“La escena perfecta”, dice.

La grabación se vuelve más perturbadora cuando admite que hizo una llamada desde un teléfono no rastreable. No dio nombres. No pidió explicaciones. Solo proporcionó lo esencial: la ubicación exacta de Mario Pineida, tomada directamente del GPS. Incluso confiesa que cuando él cambió de local dentro de la zona comercial, actualizó la dirección al instante.

Tenía que ser preciso.

La frase se repite como un mantra. La calma con la que describe cada paso resulta aterradora. Narra cómo observó el punto azul moverse por la pantalla mientras Mario caminaba entre los pasillos, se detenía frente a escaparates y se acercaba a la salida sin sospechar nada.

Nunca lo vio venir.

El audio revela que ella no apretó el gatillo. Pero asegura que gracias a la información que proporcionó, el plan se ejecutó perfectamente. Los sicarios llegaron, identificaron el objetivo y actuaron sin errores. La precisión es quirúrgica. No hay improvisación. No hay arrepentimiento.

“Él me engañó. Yo solo me aseguré de que pagara”.

Esa frase final ha sido reproducida cientos de veces. Resume una psicología basada en control, cálculo y determinación. Para los expertos en criminología, el nivel de planificación descrito es comparable al de crímenes de alto perfil donde la víctima es estudiada durante semanas.

Horas después del asesinato, la esposa apareció ante las cámaras. Vestida de negro. Llorando. Hablando de amor y pérdida. Nadie sospechó. Su dolor parecía genuino. Hoy, esa imagen se reescribe a la luz del audio y de los registros del GPS.

El caso ya no gira solo en torno a los disparos. Gira en torno al poder de la información y a la traición. La persona que más acceso tenía a Mario Pineida fue, presuntamente, quien controló cada uno de sus últimos pasos. El expediente sigue abierto. No hay una verdad oficial definitiva.

Pero la pregunta ya no se puede evitar.

¿Fue un crimen del sicariato común o la venganza perfecta de alguien que lo observó todo en silencio hasta decidir el momento exacto?

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