A sus 68 años, Juan Carlos Barreto Rompe su silencio dejando al mundo CONMOCIONADO

A los 68 años, cuando muchos artistas optan por el retiro discreto o por vivir a la sombra de glorias pasadas, Juan Carlos Barreto decidió hablar.

No lo hizo con estridencia ni con declaraciones calculadas para llamar la atención, sino con una franqueza que incomoda y obliga a escuchar. Sus palabras, cargadas de experiencia y pérdida, reabren debates sobre el amor, el sacrificio y la forma en que la sociedad observa el paso del tiempo.

No es solo la confesión de un actor veterano, sino el retrato de una vida que desafió normas y expectativas.

En el centro de su historia se encuentra la relación que mantuvo durante 19 años con Silvia Derbéz, madre del reconocido actor Eugenio Derbéz.

Desde 1987 hasta 2002, esta relación fue objeto de constantes cuestionamientos públicos debido a la diferencia de edad, que oscilaba entre 25 y casi 30 años.

En una sociedad acostumbrada a juzgar con dureza este tipo de vínculos, Barreto fue señalado, puesto en duda y reducido a estereotipos que poco tenían que ver con la realidad cotidiana que él compartía con Silvia.

Lejos de esconderse o justificar su vida privada, Barreto eligió permanecer junto a ella en silencio. Cuando Silvia sufrió una lesión en la columna vertebral y posteriormente fue diagnosticada con cáncer de pulmón, él se convirtió en su apoyo permanente.

Estuvo a su lado durante los tratamientos, en los momentos de dolor físico y emocional, y en el desgaste que impone una enfermedad terminal. Esa presencia constante desmintió, sin palabras, las sospechas de oportunismo que durante años pesaron sobre su nombre.

Tras la muerte de Silvia en 2002, salió a la luz un hecho que sorprendió incluso a sus críticos. En su testamento, ella había dejado a Barreto una parte de su herencia. Sin embargo, él decidió renunciar a ese derecho y cederlo a la hija y a la nieta de Silvia.

La explicación fue sencilla y contundente. Para Barreto, el verdadero legado no estaba en los bienes materiales, sino en el amor compartido y en los años vividos con plenitud.

Esa decisión redefinió la percepción pública sobre su relación y dejó al descubierto una ética personal poco común en un medio marcado por el interés.

De esa experiencia nació también su visión sobre el amor y el envejecimiento. A través de su personaje Enrique Ortega en la telenovela Vencer la culpa, Barreto expresó ideas que van más allá de la ficción.

Sostiene que la sociedad suele relegar a los adultos mayores a un papel pasivo, como si ya no tuvieran derecho al deseo, a la pasión o a la intensidad emocional. Para él, el amor no caduca con la edad y negar esa posibilidad es una forma de exclusión silenciosa.

Después de la partida de Silvia, Juan Carlos Barreto no volvió a casarse. Reconoce que ha estado abierto a nuevas relaciones, pero admite que el nivel de amor y complicidad que vivió fue tan alto que resulta difícil de igualar.

No se trata de una negativa al afecto, sino de una decisión consciente de no trivializar los sentimientos. Esa fidelidad a la memoria de un amor profundo se convierte, en su caso, en una forma de respeto hacia sí mismo y hacia lo vivido.

Paralelamente, su carrera artística se extiende por más de cinco décadas. Inició en los años setenta y siempre mantuvo un vínculo especial con el teatro, al que considera la base de su formación como actor.

Para Barreto, el escenario es un espacio de disciplina, honestidad y confrontación personal. Allí, sin artificios, el intérprete se enfrenta al público y a sus propias limitaciones, en un ejercicio constante de verdad.

Fuera de los reflectores, Barreto asumió desde joven un rol que marcaría su vida. Ante la ausencia del padre, fue él quien se hizo cargo de criar a cinco hermanos menores.

Esa responsabilidad temprana le enseñó el significado del compromiso y de la paternidad entendida como presencia y cuidado, no como un vínculo biológico. Por eso, nunca sintió que su vida estuviera incompleta por no tener hijos propios.

En la actualidad, su participación en la obra Mirando al sol refleja muchas de sus inquietudes personales. La puesta en escena aborda temas como la eutanasia y la reconciliación entre padres e hijos, asuntos sensibles y profundamente humanos.

Para Barreto, este proyecto también representa un proceso de sanación ligado a la figura de su propio padre. Antes de que este falleciera a los 93 años, pudo expresarle su amor, un gesto que considera esencial y liberador.

A los 68 años, Juan Carlos Barreto lleva una vida marcada por la disciplina y el equilibrio. No recurre a intervenciones estéticas y acepta el paso del tiempo como parte natural de la existencia.

Cree que el ser humano es energía en constante transformación y no deposita su fe en una vida eterna después de la muerte. En su visión, el cielo y el infierno se construyen en el presente, a través de cada acción y cada decisión.

Romper el silencio no fue, para Juan Carlos Barreto, un acto de nostalgia ni de reivindicación personal. Fue una invitación a cuestionar prejuicios profundamente arraigados sobre la edad, el amor y el valor de una vida coherente.

Su historia deja una pregunta abierta que incomoda y, al mismo tiempo, interpela. Estamos realmente dispuestos a vivir de acuerdo con nuestras convicciones, incluso cuando el mundo nos observa con desconfianza.

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