La policía ecuatoriana descubre un compartimento oculto en la casa vinculada a Alicia, revelando secretos que podrían conectar con la muerte de Mario Pineida.
La investigación sugiere que la vivienda estaba organizada meticulosamente, con indicios de actividades sospechosas y visitas irregulares.
La policía ecuatoriana se encuentra en el centro de una investigación que ha dejado a todos boquiabiertos.
La muerte de Alicia, una mujer vinculada a Mario Pineida, ha desatado una serie de eventos que han llevado a la policía a descubrir un oscuro secreto oculto en una casa aparentemente normal.

Las primeras informaciones apuntaban a que Alicia y otra mujer, Gisel Fernández, de 39 años, eran amigas cercanas y estaban involucradas en una red de microtráfico de drogas.
Sin embargo, lo que comenzó como una simple investigación ha evolucionado hacia algo mucho más complejo y aterrador.
La casa donde se encontró a Alicia fue sellada discretamente por la policía, sin que los medios se enteraran.
En la oscuridad de la madrugada, vehículos sin distintivos se estacionaron a distancia, y los agentes, con chalecos ajustados y radios encendidos, se prepararon para una operación que cambiaría el rumbo del caso.
La puerta no se abrió con llaves, sino con fuerza.
Al entrar, la atmósfera era inquietante; todo estaba demasiado ordenado, lo que encendió las alarmas de los investigadores.
Los agentes comenzaron a explorar la vivienda, encontrando muebles caros y electrodomésticos de alto valor en la cocina.
Todo parecía demasiado perfecto, como si alguien hubiera planeado cada detalle.
En el segundo nivel, hallaron teléfonos guardados por separado, envueltos individualmente y sin chips.
“Recojan todo, fotografíen antes”, ordenó uno de los agentes, consciente de que cada detalle podría ser crucial.

Mientras tanto, en la planta baja, otro grupo de agentes escuchó un sonido extraño al golpear el suelo.
“Detente.
Vuelve a golpear.
Hueco”, dijo uno de ellos, y la tensión en el ambiente creció.
Comenzaron a levantar parte del piso, descubriendo polvo y cemento quebrado, pero nada apareció de inmediato.
Sin embargo, lo más inquietante era que si hubiera algo pequeño, ya habría salido.
La búsqueda continuó hacia las paredes, donde encontraron una sección que no coincidía con los planos de la casa.
“Esto no estaba aquí”, murmuró uno de los investigadores.
Cuando comenzaron a romper esa pared, el ambiente cambió drásticamente.
No hubo gritos ni celebraciones, solo un silencio abrumador.
Detrás de la pared, hallaron un compartimento sellado, organizado y oculto con intención.
“Cierren eso, aseguren el área”, ordenó un superior.
“Tenemos algo.
Repito, tenemos algo”.
La frase congeló a todos en el lugar.
Aquello que habían encontrado no solo conectaba con la mujer fallecida, sino que podía explicar por qué Mario Pineida estaba en el lugar donde se encontraba aquella noche fatídica.
Mientras la policía sellaba la casa, las redes sociales comenzaron a arder con teorías.
Algunos hablaban de infidelidades, otros de ajustes de cuentas, pero nadie sabía que, mientras discutían, la policía estaba rompiendo paredes en busca de respuestas.
Un superior llegó al lugar, revisó y ordenó que todo se manejara con máxima reserva.
“Nada sale sin mi autorización”, dijo, dejando claro que la situación era más grave de lo que parecía.

La investigación se amplió, y la atención se centró en Mario Pineida.
“¿Qué hacía él realmente vinculado a este lugar?”, se preguntaban los investigadores.
La casa no era visitada al azar; había movimientos constantes y horarios irregulares que despertaron la sospecha de los vecinos.
“Pensábamos que era gente con dinero”, admitió uno de ellos.
Sin embargo, el dinero que no se explica siempre deja rastro, y la policía comenzó a revisar registros de consumo eléctrico inusuales y remodelaciones sin declarar.
Mientras tanto, el caso se calentaba afuera.
Llamadas, mensajes y filtraciones parciales comenzaron a circular.
La policía, consciente de que el tiempo jugaba en su contra, decidió avanzar.
Se activó un protocolo adicional y llegaron técnicos y más superiores para preparar la apertura del compartimento.
“Si abrimos esto mal, contaminamos todo”, advirtió uno de los agentes, mientras la tensión aumentaba minuto a minuto.
Las conversaciones informales con vecinos y conocidos comenzaron a revelar detalles inquietantes.
“Siempre había gente entrando y saliendo”, dijo uno de ellos.
“No eran visitas normales”, aseguró otro.
Todo esto iba armando una imagen inquietante que reforzaba la necesidad de saber qué había detrás del muro.
Esa noche, un agente recibió una llamada inesperada: “Ten cuidado.
Con lo que van a abrir”.
La advertencia no quedó registrada oficialmente, pero fue comunicada.

La presión aumentaba, y la narrativa pública sobre el caso comenzaba a desmoronarse.
“Hay demasiadas capas y ninguna es casual”, dijo un investigador.
Finalmente, se tomó la decisión: “Mañana se abre”.
Esa noche, según fuentes, alguien intentó moverse rápidamente alrededor de la casa.
Un vehículo rondó la zona, y un intento de ingreso fue frustrado, confirmando que no estaban solos en la expectativa.
Cuando amaneció, el ambiente era tenso y cargado de expectativa.
Los agentes sabían que lo que estaba a punto de ocurrir marcaría un antes y un después en la investigación.
El compartimento seguía cerrado, pero no por misterio, sino por decisión estratégica.
Abrirlo significaría activar consecuencias que podrían desatar algo incontrolable.
La casa, ahora marcada por el allanamiento, se convirtió en el epicentro de un escándalo que podría cambiarlo todo.
Los vecinos, aún intrigados, murmuraban entre ellos, preguntándose qué secretos se ocultaban en su interior.
“Esto no es normal.
Esto recién empieza”, decían, conscientes de que la historia de Mario Pineida apenas comenzaba y que las preguntas seguirían vivas.
La policía se había ido, pero las incógnitas permanecían.
¿Dónde está Mario Pineida? ¿Qué más saben las autoridades? La verdad sigue oculta, y el caso está lejos de cerrarse.