Hay historias en la música que nacen de la pasión más genuina, pero que con el tiempo se transforman en leyendas marcadas por el conflicto, el dolor y la controversia.
Patrulla 81 es un ejemplo vivo de ello. Fundada por José Ángel Medina Sr. en Durango en 1981, la agrupación llegó a convertirse en un símbolo de toda una generación, conquistando tanto a México como a la comunidad mexicoamericana en Estados Unidos.
Sin embargo, tras la muerte de su líder, la gloria se desmoronó y lo que quedó fue un legado pesado, cargado de sombras,
que muchos no dudan en llamar una “maldición”. Hoy, a sus 32 años, José Ángel Medina Jr., hijo del fundador, lo admite con una franqueza inquietante.

En sus inicios, Patrulla 81 no fue concebida para conquistar grandes escenarios. José Ángel Medina Sr., un joven con amor por la música, formó el grupo más por pasión que por ambición.
Pero la autenticidad de sus interpretaciones lo catapultó rápidamente. Su voz, áspera y emotiva, se convirtió en marca registrada: un lamento y una caricia al mismo tiempo.
Con la explosión del duranguense a comienzos de los 2000, Patrulla 81 alcanzó la cima. Firmaron con Fonovisa, cruzaron fronteras y canciones como Me conviertes en marciano, Eres divina o Te amo y te amo se transformaron en himnos de amor y desamor.
En los salones de baile de Texas, California y Nevada eran reyes absolutos. Sin embargo, cuanto más alto ascendían, más profundas se volvían las grietas internas.

Medina Sr. gobernaba con mano de hierro. Su palabra era ley. Esa disciplina permitió consolidar al grupo, pero también generó descontento.
Circularon rumores de privilegios económicos para la familia mientras músicos veteranos apenas sobrevivían. Poco a poco, miembros clave se marcharon en silencio, dejando tras de sí un vacío imposible de llenar.
El problema se agravó cuando el gusto popular cambió. El duranguense comenzó a apagarse y el público se inclinó hacia el norteño banda, los corridos alterados y, más tarde, el reggaetón. Patrulla 81 se negó a reinventarse, permaneciendo fiel a su estilo clásico.
Esa lealtad les dio autenticidad, pero también los encadenó a un pasado que ya no respondía al presente.

La tragedia definitiva llegó en noviembre de 2020, cuando José Ángel Medina Sr. murió por complicaciones de COVID-19.
Su partida marcó el fin de una era. No solo desapareció el vocalista, compositor y líder absoluto, también se derrumbó el eje que sostenía al grupo. Ante la encrucijada, su hijo Junior tomó la decisión más difícil: mantener vivo el nombre, pese a las voces que pedían cerrar la historia con dignidad.
El público se dividió. Para unos, Junior honraba la memoria de su padre; para otros, Patrulla 81 había muerto con él.
Carente de la voz icónica, sin la historia de cuatro décadas y con los músicos originales fuera, la agrupación pasó a ser vista como un simple tributo. Las giras se redujeron a ferias locales y eventos privados, y el nombre que alguna vez llenó estadios se convirtió en un eco nostálgico.

Fue entonces cuando la idea de una “maldición” tomó fuerza. Disputas familiares por la herencia, litigios por derechos de autor, acusaciones de manipulación en la sombra y hasta un grave accidente automovilístico reforzaron la sensación de que sobre Patrulla 81 pesaba un destino oscuro.
Algunos antiguos miembros reclamaron haber sido ignorados; otros señalaron que la familia Medina monopolizó las decisiones. La fractura parecía irreparable.
En recientes declaraciones, José Ángel Medina Jr. reconoció con crudeza: “Patrulla 81 ya no es lo que fue”. Para él, el grupo es ahora una sombra, una carga dolorosa.

Sin embargo, sostiene que la única manera de romper el ciclo es con humildad, respeto y verdad. “La música de mi padre merece ser recordada con amor, no con pleitos”, afirmó.
La pregunta permanece abierta: ¿tiene José Ángel Medina Jr. la fuerza para sostener el legado y devolverle dignidad al nombre Patrulla 81, o la agrupación ya forma parte de una leyenda que murió junto con la voz irrepetible de su fundador?
Lo cierto es que, más allá de la música, la historia de Patrulla 81 revela la fragilidad de la fama y la manera en que el poder y los conflictos internos pueden oscurecer hasta la melodía más brillante.