Con sus dramáticos duetos llenos de historias de amor, traición y desamor, lograron captar la atención de millones de seguidores.
Sin embargo, detrás de las letras apasionadas y las escenografías dramáticas, se escondían secretos mucho más oscuros y dolorosos que nunca habían sido revelados públicamente.
Hoy, a los 72 años, los hermanos Joaquín y Lucía Galán finalmente rompen el silencio para contar toda la verdad sobre su historia, marcada por traiciones, abusos y heridas que nunca sanaron.
Nacidos en Buenos Aires, hijos de inmigrantes españoles, los hermanos Galán crecieron en un hogar donde la música y el teatro eran parte de su vida cotidiana.

La familia mantenía vivas las tradiciones españolas, con zarzuela, jotas y discos de los Beatles en casa.
Desde pequeños, Lucía mostró interés por el escenario, mientras que Joaquín se inclinaba más por la composición y el rock.
La idea de formar un dúo parecía impensable, pero la insistencia de su madre y la influencia de un encuentro con el cantautor Luis Aguilé en España en los años 70, los llevó a crear un estilo único: duetos dialogados entre un hombre y una mujer, que representaban parejas en crisis.
Su primer éxito llegó en 1981 con el álbum *Las primeras golondrinas*, pero fue con su segundo disco, *Pimpinela*, y en particular con la canción “Olvídame y pega la vuelta”, que lograron un éxito rotundo en toda América Latina.
La intensidad emocional de sus interpretaciones y la teatralidad de sus presentaciones los convirtieron en ídolos, pero esa fama también trajo consigo un precio muy alto.
Detrás del escenario, la historia de Pimpinela estuvo marcada por el dolor y la manipulación.
Lucía, en su autobiografía y entrevistas posteriores, reveló que durante los primeros años de éxito, mantuvo una relación sentimental con su primer productor, un hombre mayor y carismático que prometió convertirla en estrella.
Lo que parecía una mentoría se tornó rápidamente en un vínculo oscuro y abusivo.
Lucía relató que ese productor la manipulaba emocionalmente, aislándola de su familia y haciéndola dudar de todo.
La describió como una relación tóxica que la dejó marcada para siempre.
La cantante confesó que perdió su virginidad con él, una experiencia que describió como traumática y profundamente confusa.
La manipulación también afectó su carrera: el productor mentía sobre los éxitos en el extranjero, inventando logros y cifras que nunca existieron, solo para mantener su control sobre ella.
Este abuso y la presión mediática llevaron a Lucía a una profunda depresión.
La vulnerabilidad y el miedo la hicieron esconder su sufrimiento tras una sonrisa en público, mientras en su interior su mundo se desmoronaba.
La artista sufrió ataques de pánico, insomnio y momentos de desesperación que nunca pudo compartir abiertamente, debido a la cultura machista y el silencio que imperaba en la Argentina de los años 80.
El vínculo entre los hermanos, que en un principio parecía indestructible, también se vio afectado por las heridas abiertas.
Joaquín, que siempre se mantuvo en un segundo plano, sufrió en silencio.
La especulación sobre su sexualidad, que circulaba en los medios y entre los fans, fue un peso que nunca pudo superar.
Los rumores sobre su orientación sexual, que nunca fueron confirmados ni desmentidos, generaron una tensión interna que explotó en 1995, durante una gira en México.
Lucía, en un momento de claridad, enfrentó a Joaquín y le acusó de vivir una mentira y de poner la reputación del grupo por encima de su verdadera identidad.
La discusión fue brutal, y por primera vez en años, dejaron de hablarse.
La distancia emocional se hizo insalvable, y los años siguientes estuvieron marcados por el silencio y la separación profesional.
Sin embargo, ambos continuaron en sus caminos, cada uno con su propia carga de heridas no sanadas.
En 1993, Lucía tomó una decisión que cambiaría su vida: convertirse en madre mediante inseminación artificial, sin revelar la identidad del donante.
La decisión fue un acto de autonomía y sanación, pero la prensa y los rumores la atacaron duramente.
La acusaron de tener una relación secreta y de ocultar su maternidad, lo que la llevó a retirarse parcialmente de la vida pública para proteger a su hija Rocío, quien nació en medio de un escándalo mediático.
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Ser madre soltera, bajo la mirada crítica de la sociedad y la prensa, fue un proceso difícil para Lucía.
La culpa de dejar a su hija en los largos viajes y la presión de mantener la imagen del dúo la llevaron a un retiro paulatino en los años 2000.
La artista, que en sus inicios era símbolo de pasión y rebeldía, se convirtió en una defensora de los derechos de las mujeres y en una voz que habla abiertamente sobre violencia de género, salud mental y heridas que nunca sanaron.
En las últimas décadas, tanto Joaquín como Lucía han decidido dejar atrás las máscaras y los personajes que interpretaron en el escenario.
En 2020, lanzaron la canción *Traición*, una balada autobiográfica que revela la ruptura entre ellos y el dolor acumulado.
La letra refleja la sinceridad y la valentía de ambos para enfrentarse a su historia, dejando de lado las apariencias y las mentiras.

Hoy, a los 72 años, el dúo ya no graba con la misma frecuencia, pero cada concierto es una experiencia catártica.
Sus presentaciones son una mezcla de música, diálogo y terapia, donde miles de seguidores sanan junto a ellos.
La historia de Pimpinela es una muestra de cómo el arte puede ser un refugio y una forma de exorcizar el dolor más profundo.
La confesión de los hermanos Galán revela que detrás de la pasión y el drama de sus canciones, hubo un camino lleno de heridas, traiciones y secretos que nunca pensaron contar.
La valentía de abrir su corazón y hablar de su historia demuestra que el verdadero arte también puede ser sanación y liberación.
La historia de Pimpinela, más allá de las letras, es un testimonio de resistencia, amor fraternal y la lucha por la verdad en medio del dolor.