Un año después del estreno de la serie Berlín, la actriz prepara su vuelta a los platós tras un retiro emocional muy necesario.
Berlín, la precuela de La casa de papel, se convirtió en 2024 en una de las series de Netflix de la categoría de habla no inglesa más vistas a escala mundial. En los dos días siguientes a su estreno, el 29 de diciembre de 2023, había acumulado 74,3 millones de horas vistas, con 11,3 millones de visualizaciones. Estas cifras se tradujeron en una alegría para la productora, quien buscaba emular el éxito de su predecesora, y de sus protagonistas: Pedro Alonso, Michelle Jenner, Tristán Ulloa y Begoña Vargas. “Sinceramente, no he notado ningún cambio. Quizá tengo más seguidores, pero mi vida sigue siendo normal”, nos dice la actriz y modelo de 24 años, desde su casa a través de una videollamada. Vargas reflexiona sobre la fama; sin asociarlo al fenómeno de Berlín. “Hace poco vi un documental en el que Michael Jackson, siempre perseguido por sus admiradores y por la prensa, contaba que había cerrado un supermercado y pagado a varios extras para poder reproducir un día de compras. Esto me hizo pensar sobre el éxito que nos venden como idílico. Debe ser muy frustrante como persona no poder hacer una vida común”.
Vargas nació en Madrid, el mismo día que Brad Pitt, un 18 de diciembre, aunque 36 años más tarde. A diferencia del actor, ella supo desde niña que lo suyo era el arte. Se crio en el municipio de Loeches, de unos 9.000 habitantes, junto a sus padres y sus dos hermanos menores. A los cinco años comenzó a recibir clases de baile; a los siete, de danza clásica; a los nueve, de teatro; y a los 10, de danza moderna en la Escuela Municipal de Música, Teatro y Danza de la ciudad. “Nunca fui popular en el colegio. Me distraía con facilidad y estudiaba de forma selectiva. Mis padres se dieron cuenta de que solo me interesaba lo artístico. Aunque, por respeto a una industria que no conocían, tardaron un tiempo en permitir que profesionalizara mi pasión. No querían ponerme a trabajar a tiempo completo como si fuera una adulta”. Según los registros de la Seguridad Social, su primer empleo fue a los 13 años, como extra en la serie El don de Alba, de Telecinco. No tenía ninguna frase, ni contacto con los protagonistas Patricia Montero y Martiño Rivas, y, por exigencias del guion, llevaba ropa de invierno en pleno agosto… pero terminó feliz tras los dos días de rodaje. Continuó haciendo castings, cuyos papeles no conseguía por falta de experiencia. Hizo varios años de teatro, participando en obras como Los miserables y El conde de Montecristo en la compañía de Paloma Mejía. Su carrera fue cogiendo forma con algunos papeles episódicos en series como Paquita Salas o Centro médico, hasta que alcanzó notoriedad en 2018 como una de las protagonistas de la serie La otra mirada, de Televisión Española, con Macarena García y Cecilia Freire en el reparto. En 2020 debutó en la gran pantalla con la película Malasaña 32, de Albert Pintó. “Fue mi primer largometraje, y el último de Concha Velasco. Haber trabajado con ella, empezar así en el cine, fue un regalo que me dio la vida. Siento que una parte de la energía que dejó la llevo conmigo”.
Muchos la comparan con Penélope Cruz; en físico y en garra. Fue en ella en quien se inspiró para hacer Las leyes de la frontera, de Daniel Monzón (2021), película por la que fue nominada como mejor actriz de cine en los premios Fotogramas de Plata y como mejor protagonista femenina en los Gaudí. “Me decían que era igual que ella en Jamón, jamón. Para cualquier mujer que se quiera dedicar a la interpretación, Penélope es una inspiración. Ella nos ha abierto camino en Hollywood”. Para Vargas, ese salto llegará, si llega, con el tiempo, no desde una necesidad profesional. “Me encantaría trabajar con Quentin Tarantino, aunque no tengo en mente el sueño americano. Como objetivo, busco seguir creciendo en la industria española, que es mi casa, desde mi lengua materna, con la que mejor me puedo desenvolver. Trabajar allí también es pasar mucho tiempo en un plató. Me gusta mucho mi profesión, pero también tener vida después de trabajar”.
Cuando Vargas decidió retirarse a Los Ángeles, no tenía ninguna intención de hacer contactos o de buscar trabajo. “Era feliz con mi pareja [el cantante Andrés Ceballos, exmiembro del grupo Dvicio], con mis amigos, con mi casa. Tenía una vida plena que cualquier podría desear, pero era tremendamente infeliz. Me di cuenta de que ese malestar estaba dentro de mí. Me había dedicado toda la vida a trabajar y a entregarme a los demás. Mi psicóloga me dijo: ‘Y para ti, ¿qué queda?’ Nada. Cuando tuve el brote de dermatitis atópica más grande que había tenido nunca —el malestar se me estaba manifestando por los poros—, me puse seria. No sabía a qué iba, ni por qué, a Estados Unidos, pero fue una revelación necesaria. No sentirte cómodo ni siquiera en tu zona de confort es un problema”. Vargas habla emocionada de esta difícil decisión y sobre el miedo que sintió a que dejaran de llamarla. “Nadie es tan importante. El mundo no se para porque tú pares medio año”. Hasta hoy, no había hablado de ello a los medios, pero entiende que el mundo está cambiando. “Como sociedad, le estamos dando más importancia a la salud mental. Leyendo entrevistas de personas a las que admiro me he dado cuenta de cosas que me ocurrían a mí. Creo que es bonito compartir cómo nos sentimos”.
Tras este periplo, Begoña Vargas ha aprendido a conectar consigo misma. Ha sabido “colocarse en el centro, observando su vida desde la distancia”. Admite que no tiene ni idea qué le deparará el 2025, exceptuando el rodaje de la segunda temporada de Berlín, que comenzará en enero y presumiblemente verá la luz en 2026. También trabaja en un proyecto personal, relacionado con otras vías artísticas, del cual no quiere detalles. “Amo ser actriz, pero me gustaría convertirme en una artista multidisciplinar”. Ahora, también es equilibrio.