No todas las tragedias generan una tormenta mediática, pero la mañana del lunes 20 de octubre marcó un antes y un después para el mundo sonidero mexicano.
En San Sebastián de Aparicio, al norte de Puebla, fue hallado el cuerpo sin vida de Francisco Pineda Pérez, conocido por muchos como Medio Metro del Alto o Medio Metro Poblano.
Su cuerpo presentaba un impacto de bala en la cabeza y signos visibles de violencia. Lo que comenzó como una noticia policial local, en cuestión de horas se convirtió en un fenómeno nacional.
Miles de usuarios en redes sociales preguntaban lo mismo: ¿era él el famoso “Medio Metro” del grupo Sonido Pirata, aquel bailarín que conquistó internet con sus pasos contagiosos y su traje de Chavo del Ocho?

Esa confusión dio origen a una revelación inesperada: el apodo “Medio Metro” no pertenecía a un solo hombre, sino a tres figuras distintas, cada una con su propio camino, su estilo y su público.
Francisco Pineda Pérez, el Medio Metro Poblano, fue uno de los pioneros del movimiento sonidero en Puebla desde mediados de los años 2000.
No era una estrella televisiva, sino un artista de la calle, de los barrios humildes como El Alto, Analco y La Libertad, donde las fiestas populares mantenían viva la alegría pese a la pobreza.
Quienes lo conocieron lo recuerdan como un hombre pequeño, sonriente, que bailaba sin pretensiones, solo con ritmo y alma. Era la encarnación del sonidero auténtico, aquel que no buscaba fama sino conexión con su gente.

Su muerte fue un golpe duro para la comunidad, pero también despertó una verdad inesperada: había más de un Medio Metro.
El segundo es Josué Eduardo Rodríguez, también llamado Medio Metro Guanajuatense, quien transformó el apodo en una marca nacional.
En 2023 se volvió viral al aparecer junto a Sonido Pirata, vestido como el entrañable Chavo del Ocho. Su carisma y energía lo convirtieron rápidamente en símbolo del sonidero moderno y fenómeno en redes.
Sin embargo, su éxito no se limitó a la pista de baile. Rodríguez registró legalmente el nombre “Medio Metro” ante el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI), asegurando su uso exclusivo hasta 2028. Desde entonces, él es —jurídicamente— el único y “oficial” Medio Metro de México.
Pero lo que para unos fue una estrategia legítima, para otros fue la comercialización de una identidad popular, una forma de privatizar lo que siempre había pertenecido al pueblo. Así nació el debate: ¿puede un fenómeno callejero tener dueño?

El tercero, Jonathan Uriel, conocido como Medio Metro CDMX, representa la nueva generación digital del sonidero. Proveniente de la capital mexicana, asumió el papel tras la separación de Rodríguez y Sonido Pirata.
Sin registro legal ni aval institucional, Jonathan logró ganarse al público gracias a su cercanía y presencia en redes sociales.
En TikTok e Instagram suma cientos de miles de seguidores y se presenta orgullosamente como Medio Metro CDMX. Su energía, su estilo más urbano y su conexión directa con el público lo convirtieron en un heredero moderno del fenómeno.
Jonathan encarna la lógica de los tiempos actuales: en la era digital, la autenticidad se mide en likes, no en documentos.

De esta coexistencia nació lo que muchos llaman el “multiverso sonidero”, donde cada Medio Metro simboliza una versión distinta del mismo espíritu.
Francisco, el pionero que mantuvo vivo el alma popular; Rodríguez, el estratega que llevó el nombre a los registros legales; y Jonathan, el joven que lo reinventó para el siglo XXI.
En redes, el país se dividió: unos defienden a Pineda como el auténtico, otros respaldan a Rodríguez como el legítimo, y un tercer grupo sigue a Jonathan por su frescura y conexión emocional.
Pero más allá de los bandos, Medio Metro se ha convertido en un fenómeno cultural mexicano, un reflejo de cómo el talento callejero puede trascender su entorno y llegar al mundo entero.

Es la historia de cómo un apodo nacido entre bocinas y pistas de cemento se transformó en símbolo, marca y espejo de identidad colectiva.
Tal vez la pregunta “¿quién es el verdadero Medio Metro?” nunca tenga una respuesta definitiva.
Porque en el fondo, cada uno de ellos representa una faceta del alma mexicana: humilde pero orgullosa, alegre pese al dolor, y siempre lista para bailar incluso en los días más difíciles.
Medio Metro ya no es una persona; es un espíritu. Y ese espíritu pertenece a todos.