Han pasado más de tres años desde aquella noche en que Debanhi Escobar desapareció en una carretera solitaria de Nuevo León.
Pero cada nuevo detalle que emerge parece hundir el caso aún más en la oscuridad. Las versiones oficiales,
las hipótesis sobre la embriaguez y la “caída accidental”, se desmoronan una a una ante las nuevas pruebas.
Un audio inédito, enviado por la propia Debanhi a una amiga en las horas previas a su desaparición, ha reabierto la herida y cambiado por completo el sentido de la historia.

Esa grabación, breve pero estremecedora, podría ser el último testimonio de una joven que comprendió el peligro demasiado tarde.
La voz de Debanhi suena tensa pero lúcida. “No te quiero meter miedo ni nada, pero te quiero decir las cosas como están pasando… ya se está volviendo esto un pedote de vatos enfermos que se quieren desquitar con las mujeres”, dice con claridad.
Esas palabras, enviadas entre la confusión y el miedo, derriban todo el relato de que estaba fuera de control o bajo los efectos del alcohol.
No era una joven ebria que actuaba irracionalmente, sino una mujer consciente de que algo grave estaba ocurriendo a su alrededor.

Durante meses, la Fiscalía de Nuevo León insistió en que Debanhi había bebido demasiado, se comportó de forma errática en una fiesta y acabó cayendo en un tanque de agua por accidente.
Sin embargo, el análisis de imágenes, videos y testimonios contradice esa narrativa. En todos los registros disponibles, Debanhi camina con firmeza, mantiene el equilibrio y hasta lanza una patada precisa en un intento de defensa personal, algo imposible para alguien intoxicado.
En el vehículo del conductor de Didi, conversa con claridad, pide un cargador y se mueve hacia el asiento delantero con coordinación.
Las pruebas toxicológicas también desmontaron la versión oficial. Los análisis realizados en el hígado dieron resultado negativo para etanol —el alcohol presente en las bebidas comunes— pero positivo para metanol, un alcohol industrial altamente tóxico que no debería estar en ninguna bebida.

Los expertos consideran que Debanhi pudo haber sido intoxicada con una sustancia adulterada, posiblemente sin saberlo. Esa conclusión abre una nueva línea de investigación: ¿quién le dio de beber y con qué intención?
El audio confirma que Debanhi sabía que estaba en peligro. No huía sin rumbo: huía para sobrevivir. Según las reconstrucciones, perdió la confianza incluso en el conductor de Didi, Juan David, quien habría cambiado de dirección y hablado con el automóvil donde iban Ivón y Saraí, las amigas que luego afirmaron que Debanhi estaba fuera de sí.
Ese contacto generó desconfianza. Ella se bajó del coche, caminó sola por la carretera y corrió hacia el motel Nueva Castilla. No fue un acto impulsivo; fue un último intento de escapar de alguien.
La pregunta sigue siendo: ¿de quién huía? Los investigadores independientes sostienen que Debanhi reconoció a alguien del grupo que había salido de las “quintas”, las casas donde se celebraba la fiesta.

Y que al ver a esa persona o al percatarse de un vehículo siguiéndola, decidió correr hacia el motel. Su desaparición no fue un accidente, sino el desenlace de una noche en la que la joven fue perseguida, acosada y finalmente silenciada.
Lo más inquietante es lo que ocurrió después. Ninguna foto, ningún video, ninguna publicación en redes sociales muestra lo que sucedió en “Las Quintas”.
En una época en la que los jóvenes documentan cada segundo de sus fiestas, la ausencia total de imágenes es inexplicable.
Un periodista de CNN en Nuevo León aseguró que la Fiscalía habría ordenado eliminar todo el contenido de redes sociales relacionado con esa noche: historias, publicaciones, grabaciones. El silencio digital no fue casualidad. Fue una operación de encubrimiento.

La investigación inicial, plagada de errores, concluyó que Debanhi cayó sola al tanque de agua. Pero los forenses independientes hallaron lesiones, golpes y marcas que no se explican con una simple caída.
La negligencia y la manipulación en el manejo del caso son evidentes. Lo que debería haber sido una búsqueda de justicia se convirtió en una serie de contradicciones, omisiones y versiones incoherentes.
Su padre, Mario Escobar, se negó a aceptar la versión oficial. Desde entonces, se ha convertido en la voz más fuerte de una lucha que no cesa.
En el documental de Netflix, hay una escena que parte el alma: Mario, con la guitarra en las manos, canta una canción dedicada a su hija. Su voz se quiebra. No es solo el dolor de un padre, sino la impotencia de un ciudadano que ve cómo el sistema protege a los poderosos y no a las víctimas.

El caso de Debanhi es un espejo que refleja la crisis de justicia que atraviesa México. En un país donde desaparecen más de 100.000 personas, la mayoría mujeres, la impunidad se ha convertido en la norma.
Los feminicidios se archivan, las pruebas se pierden, y las familias se ven obligadas a investigar por sí mismas. Lo ocurrido en “Las Quintas” no es un hecho aislado: es el símbolo de una estructura podrida, donde el silencio se compra y la verdad se entierra.
La historia de Debanhi no termina en el motel. Termina en los despachos de una fiscalía que se negó a ver, en los teléfonos borrados, en los expedientes alterados.
Pero también renace cada vez que se escucha su voz en ese audio: una voz que advierte, que denuncia, que exige ser escuchada.
Hoy la pregunta no es si Debanhi estaba ebria. La pregunta es quién la persiguió, quién la traicionó y quién decidió borrar su historia.
Tres años después, su voz sigue resonando entre el miedo y la rabia, recordándonos que en México no se trata de una sola Debanhi, sino de miles.
Su última frase, convertida en eco de una generación, sigue siendo un llamado urgente:
“Mis padres merecen la verdad.”