Las redes sociales en México volvieron a estallar tras difundirse la versión de un nuevo atentado contra Omar García Harfuch,
uno de los personajes más influyentes en la seguridad nacional y aspirante natural a la Presidencia en 2030.
La negación oficial no ha sido suficiente para apagar las dudas: ¿estamos frente a un intento de magnicidio frustrado o ante una maniobra política para moldear la percepción pública?
Las preguntas se acumulan. Las certezas, casi ninguna. Solo se sabe que el tablero del poder en México está en movimiento. Y alguien quiere que Harfuch no llegue al final de la partida.

Omar García Harfuch no es un desconocido en la lucha contra el crimen organizado. Exsecretario de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, ha encabezado operaciones decisivas contra redes de narcotráfico y estructuras responsables de la producción y tráfico de fentanilo.
Esta ofensiva lo ha convertido en símbolo de resistencia del Estado frente a los cárteles, pero también en objetivo prioritario para sus enemigos.
Hace aproximadamente cinco años, sobrevivió a uno de los ataques más osados que se hayan registrado contra un alto funcionario. Un comando armado con fusiles de asalto y equipo militar abrió fuego contra su convoy en pleno corazón de la capital.
El propio Harfuch resultó gravemente herido, aunque logró sobrevivir. Desde aquel día, su nombre quedó marcado en la lista de quienes han desafiado a las organizaciones criminales más poderosas del país.

Hoy, ya como pieza central de la estrategia de seguridad de la Presidenta Claudia Sheinbaum, Harfuch se proyecta con fuerza hacia el escenario político nacional.
De acuerdo con diversas encuestas, encabeza las preferencias para convertirse en candidato de Morena rumbo a 2030. Aunque la contienda aún no ha comenzado formalmente, la lucha por el poder ya se siente en el aire… y en las balas.
En este contexto, la revelación de un atentado frustrado despierta sospechas legítimas. El periodista Salvador García Soto, junto con fuentes cercanas al gabinete de seguridad, afirmó que agentes federales detectaron un plan para ejecutarlo en un departamento de Polanco que él utiliza frecuentemente como oficina privada.
La operación habría sido interrumpida gracias a que Harfuch no acudió ese día al lugar, lo que le permitió “esquivar la muerte” por segunda ocasión.

Si la información es precisa, significa que sus movimientos están siendo monitoreados, posiblemente por grupos con inteligencia avanzada y capacidad logística. Además, demuestra que los cárteles no han renunciado a la posibilidad de eliminarlo.
Aun así, Harfuch se apresuró a negar cualquier agresión reciente. Subrayó que continúa trabajando normalmente y asistiendo a las reuniones de seguridad de las 6:00 de la mañana, desmintiendo versiones de “retiro espiritual” o ausencia pública.
La velocidad de esa respuesta plantea un dilema interpretativo: ¿el gobierno busca evitar pánico y preservar la imagen de control o se intenta ocultar la gravedad real de la amenaza?
Detrás de cualquier intento contra su vida podrían operar tres grandes fuerzas.

La primera: los cárteles del narcotráfico, que han sufrido la pérdida de objetivos clave y decomisos millonarios durante su gestión. Para ellos, eliminarlo enviaría un doble mensaje: venganza y advertencia.
La segunda: rivales políticos dentro de Morena y fuera de ella. Harfuch emerge demasiado fuerte, demasiado pronto. En México, la historia política está llena de candidatos “incómodos” cuyo auge se apagó bajo circunstancias violentas.
La tercera: intereses ocultos vinculados al poder económico y a la corrupción estatal, que podrían sentirse amenazados por una figura asociada a depuraciones en cuerpos policiales y financieros.
Cada grupo, por separado, tendría un móvil. La convergencia de los tres puede significar una amenaza existencial, no solo para él, sino para el equilibrio político nacional.

Mientras tanto, su cercanía con la Presidenta Sheinbaum se mantiene intacta. Su presencia diaria en el más alto nivel de toma de decisiones confirma que continúa siendo uno de los pilares del proyecto de la Cuarta Transformación. No hay señales de aislamiento ni de debilitamiento en su posición institucional.
Aunque el respaldo político sea firme, la preocupación pública crece. México ha visto caer a docenas de figuras políticas en temporadas electorales recientes.
Aquí, la sangre todavía es una moneda de curso político. Y la violencia, un lenguaje que algunos grupos siguen utilizando para “negociar”.
El atentado frustrado. El silencio oficial. Los rumores descontrolados. Todos estos elementos han situado a Harfuch en el centro de una tormenta perfecta: ¿héroe contra el crimen o pieza clave en una guerra interna por el futuro del país?

Responderlo ahora sería prematuro. Lo único innegable es esto:
Si Harfuch cae, no será solo un golpe contra un hombre, sino contra el Estado mexicano y su intento de recuperar el territorio arrebatado por el crimen organizado.
Para quienes desean verlo muerto, es más sencillo derribar a un individuo que confrontar a una nación que lucha por transformarse.
México ha entrado en una fase donde seguridad y política ya no pueden separarse. Harfuch está en el epicentro de ese cruce. Y aunque hoy haya vuelto a burlar a la muerte, nadie puede asegurar que la próxima bala no encuentre su objetivo.