Su padre biológico desapareció antes de su nacimiento, dejando a su madre, María Eugenia “Maru” Luébano, como la única figura constante en su vida.

Para sobrevivir, Maru tomó un trabajo en el Palacio Negro de Lecumberri, la prisión más temida de México, un lugar donde los muros eran tan opresivos como las historias que contenían.

Yáñez, siendo solo un niño, pasaba largas horas dentro de esas paredes, rodeado de reclusos que, en un extraño giro del destino, se convirtieron en sus primeros compañeros y maestros.

Eduardo recuerda con claridad cómo los internos lo trataban con ternura, cargándolo en hombros y contándole historias.

Pero esa aparente bondad no podía borrar el ambiente crudo y perturbador que lo rodeaba.

Fue en Lecumberri donde perdió su inocencia, donde la sexualidad llegó a su vida de una forma traumática, iniciada por una interna.

Este evento marcó su perspectiva sobre el amor y el afecto, mezclando confusión y cicatrices emocionales que lo perseguirían durante décadas.

La relación con su madre también estaba llena de complejidades.

Eduardo sentía celos de los hombres que entraban en la vida de Maru, llegando a confundir el amor maternal con un afecto romántico.

Cuando Maru se casó con un hombre violento y tuvo dos hijos más, Eduardo desarrolló un profundo desprecio por su padrastro, alimentando su ira y su desconfianza hacia las figuras masculinas.

Estas experiencias lo moldearon, enseñándole que la supervivencia requería fuerza y que el amor siempre venía acompañado de dolor.

A pesar de estas adversidades, Eduardo encontró un refugio en el fútbol americano durante su adolescencia.

El deporte le dio estructura, disciplina y un sentido de pertenencia que nunca había experimentado.

Sus entrenadores se convirtieron en figuras paternas, ofreciéndole una guía que no estaba basada en la violencia, sino en el respeto y la corrección.

Sin embargo, el destino tenía otros planes para él.

Un día, mientras caminaba cerca del Instituto Politécnico Nacional, Eduardo descubrió el teatro.

Lo que comenzó como una curiosidad se transformó en una pasión cuando reemplazó a un actor enfermo en una obra.

Los aplausos del público le mostraron que podía ser visto y valorado, no por lo que había soportado, sino por lo que podía ofrecer.

Así comenzó su carrera en la actuación, que lo llevó a convertirse en uno de los galanes más icónicos de las telenovelas mexicanas.

Durante los años 80 y 90, Eduardo protagonizó éxitos como “Dulce Desafío” y “Yo Compro Esa Mujer”, consolidando su imagen como el héroe romántico.

Su carisma y su talento lo llevaron incluso a Hollywood, donde apareció en películas y series como “Striptease” y “CSI Miami”.

Pero detrás de esa imagen pública perfecta, Eduardo luchaba contra demonios personales.

El alcohol fue uno de sus mayores enemigos.

Eduardo ha admitido que era un bebedor compulsivo, comenzando desde la mañana y continuando hasta que el sueño lo vencía.

En su peor momento, llegó a mezclar agua con loción para después de afeitarse, desesperado por un trago.

Aunque logró superar su adicción, la ira acumulada desde su infancia seguía siendo un problema.

Su temperamento explosivo lo llevó a enfrentamientos con la prensa, siendo el más famoso el incidente de 2017, cuando abofeteó al reportero Paco Fuentes durante un evento de Univisión.

Este acto, captado por las cámaras, se convirtió en noticia internacional y marcó su reputación como una figura volátil e impredecible.

En su vida personal, Eduardo enfrentó matrimonios tumultuosos.

Su primer matrimonio con Norma Adriana García terminó en separación tras años de peleas y acusaciones de infidelidad.

De esa unión nació su único hijo, Eduardo Yáñez Jr.

, pero su relación con él también se deterioró.

Eduardo ha acusado a su hijo de haberle robado dinero y de haberse rodeado de malas influencias.

Hoy, padre e hijo no tienen contacto, y Eduardo nunca ha conocido a su nieto, Angelo.

Su segundo matrimonio con Francesca Cruz fue igualmente problemático.

Francesca presentó acusaciones de violencia doméstica, alegando que Eduardo la castigaba bajo la premisa de que “si te pego es porque te amo”.

Aunque Eduardo negó estas acusaciones, la sombra de estas declaraciones nunca lo abandonó.

La pérdida más devastadora para Eduardo llegó en 2020, cuando su madre Maru falleció a los 82 años.

Ella había sido su ancla, su constante en un mundo turbulento.

Su muerte lo sumió en una profunda depresión, llevándolo a contemplar el suicidio.

Eduardo ha admitido que lo que lo mantuvo vivo fue el recuerdo de su madre y la resiliencia que ella le enseñó.

Hoy, a medida que se acerca a los 70 años, Eduardo Yáñez vive una vida marcada por la soledad y el dolor.

Aunque ha enfrentado rumores sobre su salud, incluyendo especulaciones de Parkinson, ha aclarado que su verdadero desafío es la lucha contra la depresión y el peso del envejecimiento.

Su historia no es solo la de un galán de telenovelas, sino la de un hombre que ha sobrevivido a la adversidad, pero que sigue buscando la paz.

¿Crees que Eduardo Yáñez tiene tiempo para sanar las heridas de su pasado y reconciliarse con su familia? ¿O su destino está marcado por las tragedias que lo han perseguido toda su vida? Comparte tu opinión en

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