La investigación por el crimen del futbolista Mario Pineida avanza y, con el paso de los días, el caso deja de ser únicamente
una tragedia deportiva para convertirse en un reflejo inquietante de la violencia estructural que atraviesa a Ecuador.
La muerte del jugador no solo sacudió a los aficionados y al vestuario de Barcelona Sporting Club, sino que abrió un debate incómodo sobre la relación entre el fútbol profesional, el dinero y el crimen organizado.
La mañana del ataque, Pineida no tenía compromisos deportivos. El club atravesaba un conflicto interno por salarios adeudados durante varios meses, situación que había provocado la suspensión de entrenamientos.

En ese contexto, el defensor decidió realizar una actividad cotidiana junto a su pareja, Gisela Fernández, y acudió a una carnicería del sector Samanes 4, una zona concurrida del norte de Guayaquil.
Nadie imaginaba que ese lugar se convertiría en el escenario de una ejecución cuidadosamente planificada.
Testigos relataron que dos hombres a bordo de una motocicleta se acercaron sin mediar palabra y abrieron fuego de forma directa.
No hubo intento de robo ni advertencias previas. Mario Pineida recibió al menos diez impactos de bala, la mayoría en la parte superior del cuerpo, lo que confirma la intención de asegurar su muerte.
Gisela Fernández, de 39 años, también fue alcanzada a corta distancia y falleció en el sitio. La madre del futbolista, que se encontraba cerca, resultó herida por fragmentos de bala y fue trasladada a un hospital, donde se reporta estable.

Las primeras detenciones se produjeron pocas horas después. La policía capturó a dos ciudadanos venezolanos identificados como Cristian Peláez, de 21 años, señalado como uno de los tiradores, y Jimnery Peña, de 29 años.
En poder de este último se encontró un comprobante de depósito por 1.500 dólares, considerado por los investigadores como un pago parcial por el crimen.
Los análisis de los teléfonos incautados revelan mensajes y registros que apuntan a un seguimiento previo de las víctimas, lo que refuerza la hipótesis de un asesinato por encargo.
Las autoridades continúan tras la pista de un tercer implicado, descrito como el hombre que habría disparado la mayoría de los proyectiles contra Pineida.

La línea investigativa sostiene que existió una estructura más amplia detrás del ataque, con intermediarios y planificación previa, lo que descarta cualquier escenario fortuito.
Con el avance del caso, el foco se ha desplazado hacia las actividades de Gisela Fernández. Lejos de ser solo la pareja de un jugador conocido, Fernández era una empresaria con operaciones financieras complejas.
La policía investiga su presunta vinculación con el chulco, un sistema de préstamos informales con intereses elevados que suele estar acompañado de amenazas y violencia.
Según fuentes cercanas a la investigación, Fernández había recibido advertencias en las semanas previas al crimen, aunque no habría presentado denuncias formales.

Además, Fernández administraba una empresa de representación deportiva relacionada con un ex jugador de Barcelona Sporting Club.
Este entramado de vínculos entre fútbol, dinero y disputas financieras es considerado clave para entender el móvil del asesinato. Los investigadores no descartan que Pineida haya sido una víctima colateral de una disputa dirigida originalmente contra su pareja.
El impacto del crimen fue devastador en el entorno deportivo. En Barcelona Sporting Club, Mario Pineida era reconocido por su carácter fuerte dentro del campo y su discreción fuera de él.
Apodado Pitbull o Gordito, se había ganado el respeto de compañeros y aficionados por su entrega y disciplina. Su muerte agravó el clima de tensión que ya se vivía en el club debido a la crisis económica y a la falta de garantías laborales para los jugadores.

El caso también reavivó la preocupación por la seguridad de los futbolistas en Ecuador. En el último año, al menos cinco jugadores profesionales han sido víctimas de ataques violentos.
Analistas señalan que muchos deportistas provienen de entornos vulnerables y, pese al éxito, mantienen lazos sociales que los exponen a riesgos constantes. La fama y el dinero no siempre se traducen en protección real.
El asesinato de Mario Pineida se ha convertido así en algo más que una investigación penal. Es un símbolo de la fragilidad de los ídolos deportivos frente a la violencia organizada y una llamada de atención sobre la necesidad de políticas de protección más eficaces.
Mientras las autoridades continúan reconstruyendo la red detrás del crimen, la sociedad ecuatoriana espera no solo justicia, sino también respuestas sobre un fenómeno que amenaza con seguir cobrando vidas dentro y fuera de las canchas.