El escándalo lo encontró cuando aún era adolescente y se atrevió a amar a quien no debía: José Cruz, un amigo de su hermano.
Lo que comenzó como un romance adolescente terminó en castigo, humillación y encierro militar.
Pero ese intento de “corregirlo” solo encendió una llama imposible de apagar.
Ernesto eligió huir de la represión y abrazar el arte como refugio y trinchera.
Fue el inicio de una vida marcada por el ocultamiento constante.
No podía vivir su amor libremente, pero tampoco renunciar a él.
Cada set de grabación fue un campo minado donde el deseo debía esconderse bajo la máscara de la perfección.
Sus romances con otros hombres—desde el misterioso “Maje” hasta actores jóvenes en ascenso—se vivieron a oscuras, en camerinos cerrados, departamentos compartidos y hoteles discretos.
Las mujeres fueron cómplices y testigos.
Sara García, la tierna “abuelita” del cine, le dio el consejo más crudo: “No muestres tu verdad si quieres sobrevivir.
” Silvia Pinal, María Félix, Miroslava…
todas lo sabían, y todas guardaron silencio.
No era lealtad, era supervivencia en una industria que premiaba la fachada y castigaba la sinceridad.
Pero los secretos de Ernesto no eran solo emocionales.
Los rumores más oscuros lo vinculaban a un supuesto “pacto de poder”: dar papeles a cambio de favores sexuales.
Jóvenes como Frank Moro, Rodolfo Rodríguez Besares, y Eduardo Yáñez aparecieron como nombres recurrentes en los susurros del medio.
A algunos los ayudó a brillar.
A otros, dicen, los consumió el precio del trato.
Sida, infartos, muertes tempranas…
demasiadas coincidencias, demasiadas pérdidas.
El caso de Enrique Álvarez Félix fue especialmente trágico.
Hijo de María Félix y figura prominente de las telenovelas, su vida también estuvo envuelta en secreto.
Vivió en el mismo edificio que Ernesto, se decía que compartieron más que amistad, y murió solo, víctima oficial de un infarto, pero perseguido por rumores de una enfermedad que, en aquellos años, aún era
sinónimo de condena social.
Ernesto lo había introducido al mundo artístico, desafiando a su madre, y algunos nunca se lo perdonaron.
Eduardo Yáñez, tal vez el más mediático de sus protegidos, fue protagonista de un escándalo después de la muerte de Alonso.
Afirmó que el productor le regaló un departamento para su madre, pero al fallecer Ernesto, el testamento no lo mencionaba.
La prensa explotó.
¿Era un regalo por amor, o un trato sin papeles? Los medios sacaron a relucir todo: desde supuestas relaciones hasta la ayuda económica que una abogada—vinculada sentimentalmente a Yáñez—le dio durante
una enfermedad.
Todo olía a algo más.
Pero si la relación con Yáñez fue intensa, los vínculos con otros actores como Aarón Díaz y Guillermo García Cantú desataron aún más polémicas.
Los rumores los ubicaban como “los favoritos” de Alonso, beneficiados por su cercanía y protegidos dentro de la maquinaria de Televisa.
Nada se confirmó, pero en el mundo del espectáculo, los silencios dicen más que las palabras.
La historia tomó un giro aún más macabro con las versiones de que Ernesto practicaba magia negra, que sus telenovelas sobre brujería eran más autobiográficas de lo que el público imaginaba.
Se decía que amarraba a sus amantes con rituales, que aseguraba el éxito de sus producciones con pactos ocultos, y que incluso sus enemigos sufrían caídas súbitas e inexplicables.
Superstición o realidad, la sombra de lo oculto siempre lo acompañó.
Y justo cuando todos pensaban que su vida entera quedaría envuelta en misterio, llegó la confesión.
En una conversación íntima, días antes de su muerte en 2007, Ernesto Alonso soltó las palabras que nadie esperaba.
Admitió que su corazón nunca le perteneció a una sola persona, que sus amores fueron múltiples, intensos y muchas veces destructivos.
Confirmó que sí amó a hombres que hoy son famosos, que muchos lo amaron en secreto, y que sí hubo pactos, intercambios, manipulaciones.
No por maldad, sino por necesidad.
“En esta industria,” dijo, “la verdad es una debilidad.
Y el amor… un arma de doble filo.”
También habló del miedo.
Del constante temor a ser expuesto, del peso de actuar 24 horas al día.
Y lo más estremecedor: confesó que algunos de los jóvenes que amó murieron por enfermedades que pudieron evitarse… si el amor no hubiera sido un pecado.
Nunca nombró a todos, pero los que escucharon sabían a quiénes se refería.
Esa última confesión no se grabó.
No hay audio ni video.
Solo el testimonio de quienes estuvieron ahí.
¿Fue un intento de redención? ¿Una forma de liberar culpas? ¿O simplemente un gesto desesperado de quien sabía que la muerte ya lo miraba de frente?
Ernesto Alonso se fue como vivió: envuelto en elegancia, rodeado de secretos, y perseguido por la duda.
Su legado como productor es incuestionable.
Sus telenovelas marcaron generaciones.
Pero su vida privada—con todos sus amores, traiciones y sombras—es la verdadera historia que el público nunca vio…hasta ahora.
¿Tú qué piensas? ¿Fueron solo rumores o hubo verdades demasiado grandes para ser contadas en vida? Comparte tu opinión en los comentarios.
Y si esta historia te dejó sin aliento, no olvides dar like y compartirla.
Porque a veces, la realidad supera a la ficción.