HARFUCH LOS PUSO A TEMBLAR A TODOS ¡NO HABRÁ TREGUA! SHEIBAUM ¡DA SOPRESOTA!

En el momento en que Claudia Sheinbaum —la primera presidenta en la historia de México— declaró que “no habrá zonas grises en la lucha contra el crimen”, todas las miradas del país se dirigieron hacia Omar García Harfuch.

El hombre que sobrevivió a un ataque con ametralladoras en pleno corazón de la capital, hoy se ha convertido en el eje de una nueva estructura de poder.

Harfuch ya no es solo el símbolo de la seguridad: es el rostro del orden… y también el temor de las viejas élites políticas.

Los analistas llaman a esta etapa “la transición silenciosa”: un reacomodo del poder que nadie se atreve a pronunciar en voz alta.

Sheinbaum mantiene su tono moderado; Marcelo Ebrard concentra su energía en la economía; y Harfuch, con su calma férrea y estilo casi militar, ha impuesto una consigna que define la era: “Sin concesiones, sin excusas, sin demora.”

Las cifras respaldan su discurso. Los homicidios han caído un 32% —el nivel más bajo en una década—; más de 30 000 detenciones, cientos de laboratorios destruidos y la mitad de las víctimas identificadas como miembros de organizaciones criminales.

Nada de eso ocurrió por casualidad: detrás hay una cadena de mando eficiente, con disciplina y visión táctica.

Cuando un periodista lo cuestionó sobre la violencia en Apatzingán, Harfuch respondió con serenidad: “No hemos ganado, pero no retrocedemos. Cada avance tiene su precio.”

Para muchos, su ascenso representa la llegada de una nueva generación de liderazgo: pragmática, sobria y nacida en el fuego.

Algunos lo comparan con Calderón “pero sin radicalismo”; otros lo ven como la versión disciplinada de AMLO.

Lo cierto es que su crecimiento ha encendido alarmas en los círculos de poder, donde ya se especula que Harfuch podría aspirar a algo más que el control de la seguridad pública.

Al mismo tiempo, Marcelo Ebrard —ahora al frente del Ministerio de Economía— asume una misión igualmente estratégica: mantener el crecimiento y blindar la posición comercial del país.

Político veterano, hábil negociador, Ebrard fue alguna vez el rival más fuerte de Sheinbaum en la interna de Morena. Hoy, Sheinbaum le entrega una pieza clave del ajedrez: la economía.

Un movimiento inteligente, que le permite aprovechar su experiencia y mantenerlo dentro del círculo de control presidencial.

La economía mexicana muestra resultados que sorprenden a los propios analistas. En los dos últimos años, el gobierno recaudó más de 500 mil millones de pesos adicionales sin aumentar impuestos, gracias a la reducción de la corrupción y a un control más estricto en las aduanas.

Gigantes internacionales como Samsung, Costco o Mercado Libre siguen expandiéndose en el país. Costco, incluso, gana más por tienda en México que en Estados Unidos. Todo esto impulsado por la ola de nearshoring, que reubica fábricas de Asia hacia el norte del continente.

Pero el éxito tiene un costo: el salario mínimo, ahora cercano a los 300 pesos diarios, empieza a afectar la competitividad frente a Asia.

Con lo que gana un trabajador mexicano, se pueden contratar cinco chinos o seis vietnamitas. Por eso el gobierno busca proteger la producción nacional, incentivar el consumo de productos mexicanos y revitalizar la agricultura, sector que sigue siendo el corazón de la economía local.

En el plano político, Sheinbaum intenta mantener un equilibrio delicado entre control y apertura. Sabe que la confianza ciudadana no se compra con discursos, sino con resultados tangibles: seguridad, empleo, estabilidad.

Por eso ha dado a Harfuch una autonomía inusual para ejecutar su política de seguridad, y ha confiado en Ebrard para ser el puente con los inversionistas internacionales.

El poder en México, hoy, no es una pirámide vertical sino un triángulo de fuerzas: Sheinbaum controla la legitimidad, Harfuch el orden, y Ebrard el dinero. Cualquier desequilibrio en estos tres vértices puede desencadenar una tormenta política.

No son pocos los analistas que prevén que, dentro de algunos años, uno de los dos hombres podría ocupar la silla presidencial.

Harfuch encarna la autoridad, la limpieza y el sentido de deber que el pueblo anhela; Ebrard, en cambio, ofrece experiencia global y una relación fluida con Washington, crucial ahora que el tratado comercial TEMEC está siendo revisado.

Sheinbaum, consciente de ello, los mantiene cerca pero vigilados. Uno contiene la violencia interna; el otro atrae capital externo.

Ella, al centro, sostiene la estructura. Y cuando pronuncia la frase “no habrá tregua”, no solo se refiere a los delincuentes: también es una advertencia velada a la clase política que la rodea.

De norte a sur, los cambios ya se sienten. Los sistemas de videovigilancia se multiplican, las aduanas se digitalizan, las rutas ferroviarias regresan para aliviar el tráfico de carga.

Pero detrás de cada medida, está la mano firme de Harfuch: el arquitecto silencioso de la nueva seguridad mexicana.

“No habrá tregua.” La frase que define a Sheinbaum también define a Harfuch, su ejecutor más leal y su potencial sucesor.

México está entrando en un nuevo ciclo de poder. Con una economía que crece y un Estado que vuelve a imponer orden, la pregunta que flota sobre Palacio Nacional es inevitable: ¿quién podrá dominar a la vez la seguridad y la economía?

La historia muestra que quienes lo logran no suelen ser los políticos de traje. Son los hombres de acción.
Y esta vez, todo indica que su nombre es Omar García Harfuch.

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