Apenas se difundió el video, la opinión pública mexicana sintió como si hubiera recibido una bofetada: las imágenes reveladas por
Omar García Harfuch no solo impactaron, sino que también reavivaron una pregunta más profunda —¿está el enemigo real del pueblo de Michoacán escondido dentro de la misma estructura que se supone debe protegerlo?
Las cifras oficiales son espectaculares: 896 armas aseguradas, 784 vehículos decomisados, 914 detenidos entre México y Estados Unidos.
Pero en Uruapan, y en buena parte de Michoacán, muchos susurran algo muy distinto: “La organización más peligrosa no es ningún cártel… sino ciertos elementos corruptos dentro de las fuerzas de seguridad y el propio gobierno del estado.”

En ese contexto cargado de sospecha, Harfuch aparece frente a la cámara con una declaración afilada. “Lo que están por ver”, dice, “no es un video — es una declaración de guerra contra la impunidad.”
Según él, el asesinato de Carlos Manso no fue un ataque aislado; fue un mensaje directo contra el Estado, un desafío frontal, un intento de golpe moral contra quienes todavía se atreven a enfrentar al crimen.
El operativo Uruapan, explica, no nació de la improvisación. Fue el resultado de meses de seguimiento, análisis de comunicaciones y reconstrucción paciente del rompecabezas criminal.
Uruapan —nudo carretero, centro logístico, tierra del aguacate y zona clave del trasiego ilícito— se había convertido en un punto neurálgico donde el crimen organizado creía tener el control absoluto.
El video guía a los espectadores hacia el interior de una bodega que, en apariencia, era solo un almacén industrial. Pero detrás de los muros reforzados se ocultaba un auténtico búnker de guerra:
- rifles de asalto, granadas, cientos de miles de cartuchos,
- vehículos de lujo robados y modificados con blindaje artesanal,
- un esquema de seguridad con cámaras ocultas y accesos reforzados.

“Esto no es violencia ciega”, afirma Harfuch. “Es fuerza legítima aplicada con disciplina e inteligencia.”
Más allá del armamento, el búnker escondía un centro tecnológico criminal: radios encriptados, repetidoras móviles, servidores, computadoras de alto desempeño y discos duros con información protegida. Para Harfuch, esta es la otra cara de la guerra moderna: “Hoy, el algoritmo y el teclado valen tanto como el fusil.”
Gracias a los análisis digitales, las autoridades pudieron trazar rutas internacionales, identificar contactos en Centroamérica y Norteamérica, y revelar la infraestructura financiera que sostenía a la célula responsable del asesinato de Manso.
Pero quizás lo más perturbador del video no son las armas ni los vehículos. En un cuarto oscuro, separado por una puerta de acero, se encontraron indicios de un espacio usado para detención y tortura.
En otro punto del complejo, oculto tras un muro falso, había sustancias químicas precursoras para producir drogas sintéticas —un laboratorio clandestino en pleno corazón urbano.

En una de las oficinas, los peritos hallaron algo igual de revelador: un centro de llamadas para extorsión. Teléfonos desechables, listas de comercios, mapas divididos por zonas de cobro. Allí operaba la “tesorería del miedo”:
- derecho de piso,
- amenazas telefónicas,
- distribución local de drogas ya empaquetadas, listas para su venta.
Junto a estos hallazgos, surgió lo más polémico: libretas, USB y tarjetas SD con registros cifrados de pagos, favores y nombres en clave. Harfuch asegura que hay servidores públicos involucrados.
No da nombres —“por seguridad y por la investigación en curso”— pero admite que había complicidad institucional en áreas clave: tránsito, registros vehiculares e incluso ciertos elementos policiales locales.
Luego, el video pasa al frente financiero. Con documentos mercantiles, computadoras y contratos incautados, la Unidad de Inteligencia Financiera identificó un entramado de empresas fachada: exportadoras ficticias, constructoras de papel, compañías de transporte con movimientos económicos imposibles de justificar.

Técnicas como el smurfing, triangulación internacional y depósitos fraccionados permitían lavar millones sin levantar sospechas.
A partir de estas pruebas, se congelaron cuentas, inmuebles y activos vinculados al grupo. “Golpear la cartera”, dice Harfuch, “es asfixiar la estructura desde su raíz.”
En su tramo final, Harfuch revela la pieza clave del caso: la coincidencia balística entre armas halladas en el búnker y casquillos recogidos en la escena del asesinato de Carlos Manso. Según él, se trata de una prueba contundente e incuestionable, suficiente para derribar cualquier defensa en tribunales.
Sin embargo, mientras Harfuch cierra el video homenajeando la memoria de Manso como “un servidor público valiente cuya muerte no quedará impune”, la pregunta que retumba en Michoacán sigue viva:
¿Este megadecomiso transformará realmente la seguridad en la región… o será solo una operación espectacular que deja intacto el sistema profundo donde la violencia, el miedo y la corrupción conviven desde hace décadas?

Harfuch sostiene que el operativo Uruapan demuestra “la inteligencia, la fuerza y la determinación del Estado mexicano”.
Pero en las calles de Michoacán, muchos aún esperan una respuesta más grande que un video —la prueba de que, después de 896 armas, 784 vehículos y casi un millar de detenidos, la raíz del problema no seguirá usando uniforme ni ocupando una oficina pública.
La pregunta final, que permanece sin respuesta, es la que más duele:
Tras este megadecomiso,
¿realmente cambió algo…
o solo vimos un capítulo más en la guerra interminable contra la oscuridad?