¿Acaso México vivió una batalla épica —helicópteros derribados, misiles lanzados, decenas de sicarios abatidos— tal como describen los videos y publicaciones que se viralizaron en redes sociales?
¿O todo se trató de un relato construido para alimentar el miedo y la confusión en Michoacán?
En medio de esa tormenta informativa, Omar García Harfuch decidió hablar. Y lo que reveló derrumbó por completo la narrativa que había dominado la discusión pública durante días.
Desde el primer instante, Harfuch fue categórico: toda la historia que circula —desde el supuesto combate aéreo hasta el uso de armas químicas— jamás ocurrió.

Describió cómo se armó una “película” hecha de fragmentos sueltos, miedo colectivo y difusión irresponsable.
Las imágenes de helicópteros, convoyes blindados y sicarios armados hasta los dientes fueron presentadas como parte de un enfrentamiento de ocho horas con 48 o 49 delincuentes abatidos. Pero, según Harfuch: “No hubo tal batalla. No cayó ningún helicóptero. Ningún misil fue disparado.”
Incluso negó el detalle más alarmante: la supuesta incautación de contenedores metálicos con gas neurotóxico de origen ruso.
Harfuch recordó que, si en México apareciera un arma de ese tipo en manos de criminales, se activaría de inmediato un protocolo nacional e internacional. Nada de eso ocurrió.
Tampoco existió una evacuación masiva, ni niños retirados en silencio de las escuelas, ni doce hombres con mochilas químicas avanzando hacia un pueblo.

“Estos detalles”, aseguró, “se fabricaron para generar impacto, pero no se sostienen frente a ninguna evidencia real”.
Sin embargo, la verdad —aunque menos cinematográfica— es infinitamente más dura. Harfuch reconoció que Michoacán sí atraviesa una situación extremadamente compleja.
El cobarde asesinato del alcalde de Uruapan es un hecho innegable y profundamente doloroso. La violencia derivada de disputas territoriales entre grupos criminales es real y constante.
Los habitantes viven entre extorsiones, secuestros, amenazas y balaceras inesperadas. Panaderos que temen abrir su local. Transportistas que evitan conducir de noche.
Agricultores obligados a pagar cuotas ilegales para poder trabajar sus tierras. Esa es la realidad: sin adornos, sin épica, pero cargada de miedo y riesgo.

Tras el asesinato del alcalde y otros hechos violentos verificados, el gobierno federal desplegó una operación de gran escala en la región.
Miles de efectivos del Ejército, la Marina y la Guardia Nacional fueron enviados como refuerzo. Pero no se trató de un “megaoperativo de ocho horas”.
Fue una estrategia sostenida, diseñada para recuperar presencia territorial: instalación de bases, fortalecimiento de cuarteles, control de rutas, ajustes en los corredores de patrullaje y acompañamiento a las comunidades afectadas.
Las acciones reales son mucho más sobrias que las versiones virales: patrullajes mixtos permanentes, cateos autorizados por jueces, retenes, aseguramiento de vehículos blindados de fabricación artesanal, rifles, cargadores y detenciones de integrantes de grupos delictivos.
Sí ha habido enfrentamientos —pero localizados, no masivos— y con riesgos tanto para civiles como para fuerzas federales. El objetivo es claro: romper la capacidad de extorsión, limitar el flujo de armas y drogas, y desarticular el control territorial criminal.

En paralelo, se mantienen mesas de seguridad con los tres niveles de gobierno.
Se revisan mapas de riesgo, se detectan rutas utilizadas por la delincuencia y se construyen expedientes sólidos en coordinación con la Fiscalía General de la República para garantizar no solo detenciones, sino procesos judiciales efectivos.
No basta con arrestar; hay que llevar a los responsables ante un juez.
Harfuch subrayó algo clave: él no recurrirá a información falsa para calmar o manipular a la población.
Un enfrentamiento con helicópteros derribados, decenas de muertos y armas químicas sería imposible de ocultar, imposible de inventar, imposible de sostener.

La verdad —compleja, quizá menos espectacular— tiene su propio peso.
Su mensaje final fue una promesa: las fuerzas federales permanecerán en Michoacán, seguirán investigando, seguirán enfrentando al crimen organizado, aunque no existan imágenes “hollywoodenses” que acompañen el esfuerzo.
Lo que sí existe —patrullajes, aseguramientos, detenciones, análisis de riesgo— es real y será comunicado con transparencia, sin exageraciones ni relatos fantasiosos.
En otras palabras, Harfuch quiere que México distinga entre las pesadillas reales —violencia, extorsión, asesinatos— y las ficciones virales que solo agregan ruido y miedo. La verdad puede ser menos espectacular, pero es la única herramienta para enfrentar un país que necesita claridad, no mitos.