Un joven desaparecido en la noche, un bar de lujo convertido en epicentro de una tormenta política y una redada sin precedentes ordenada por Omar García Harfuch.
La historia de Carlos Emilio Galván Valenzuela ya no es la de una simple desaparición: es el espejo de un sistema de poder, silencio y complicidades profundamente enraizado en Mazatlán.
La noche del 5 de octubre, Carlos Emilio, un universitario de 21 años originario de Durango, celebraba su cumpleaños con amigos en Terraza Valentino.
La velada transcurría entre música y luces, hasta que el joven se levantó para ir al baño… y nunca regresó. Sus amigos intentaron buscarlo, pero el personal del local les impidió acceder a ciertas zonas “privadas”.

Cuando la familia acudió a denunciar su desaparición, la policía local exigió esperar 24 horas antes de iniciar una búsqueda formal. Cada minuto perdido fue una oportunidad para borrar rastros.
Su madre, Brenda Valenzuela Hill, no aceptó el silencio. “Carlos no se fue solo —se lo llevaron”, declaró con firmeza. Y desde esa noche, comenzó a enfrentarse a algo más grande que una tragedia familiar: una maquinaria que trabaja para enterrar la verdad.
Pocos imaginaban que Terraza Valentino no era un simple bar.
Detrás de su fachada de lujo se ocultaba una estructura de poder vinculada a Ricardo “Piti” Velarde Cárdenas, entonces Secretario de Economía del estado de Sinaloa y socio directo del Grupo Eleva, un conglomerado que controla más de 15 bares y restaurantes en Mazatlán. Velarde, presentado como “el rostro joven del progreso”, era en realidad una figura central en la red de influencias políticas del estado.

En agosto pasado, tres jóvenes también desaparecieron en Cotorritos Marina, otro local del mismo grupo, tras una riña.
Aunque reaparecieron días después, las circunstancias nunca fueron aclaradas. La policía calló. Los medios callaron. Hasta que la desaparición de Carlos Emilio rompió el pacto de silencio.
Frente al escándalo y la falta de respuestas de las autoridades estatales, Omar García Harfuch, Secretario de Seguridad y Protección Ciudadana federal, tomó una decisión que pocos se atreverían: ordenó el cateo inmediato de Terraza Valentino.
La redada comenzó a la 1:30 de la madrugada del 23 de octubre, en completo sigilo. Equipos forenses digitales y unidades especiales federales ingresaron al local y encontraron un escenario de manipulación profesional.

El disco duro del sistema de cámaras había sido alterado con software especializado para eliminar segmentos de video exactos del lapso en que Carlos desapareció. Los registros mostraban “saltos de tiempo” de varios segundos a minutos, imposibles de justificar por error técnico.
En el baño de hombres, una pared había sido repintada y reestructurada con materiales distintos. Los peritos encontraron una factura de reparación fechada el 6 de octubre, apenas horas después de la desaparición, y firmada por una empresa inexistente en el registro comercial.
En la bitácora de seguridad, una página fue arrancada, y nombres de empleados aparecían en turnos duplicados, como si hubiesen estado en dos lugares al mismo tiempo. Harfuch no dudó: “Esto no es negligencia —es obstrucción deliberada.”
Pocas horas después del operativo, Ricardo “Piti” Velarde presentó su renuncia irrevocable. El gobernador Rubén Rocha Moya anunció la dimisión en un escueto comunicado, pero la opinión pública entendió lo que era evidente: la caída de una figura protegida por el sistema político sinaloense.

Las autoridades federales revelaron luego que la última señal del teléfono de Carlos fue detectada en Lomas de Mazatlán, un barrio alejado del bar y fuera del rango de las cámaras urbanas. Alguien movió el dispositivo para desviar la investigación.
Tres empleados clave de Terraza Valentino abandonaron Mazatlán en los días siguientes y se desconoce su paradero. Informes extraoficiales mencionan que varios locales del Grupo Eleva han servido durante años como puntos de conexión entre empresarios y células del Cártel de Sinaloa.
Mientras la ciudad se sacudía, Brenda Valenzuela Hill emergió como símbolo de resistencia y verdad. Con la foto de su hijo entre las manos, encabezó marchas, habló con medios nacionales y exigió una investigación transparente.
Su frase —“Nadie desaparece sin dejar rastro; lo que desaparece es la voluntad de encontrarlo”— se convirtió en un grito de lucha en todo Sinaloa.

Los medios nacionales retomaron el caso, y la presión social se volvió imposible de contener. “¿Por qué tardaron casi tres semanas en allanar un bar? ¿Quién lo impidió? ¿Y cuántos sabían la verdad sin hablar?”, cuestionaron los titulares.
La operación de Harfuch abrió una puerta, pero detrás hay un laberinto de poder, dinero y miedo. Lo que comenzó con la desaparición de un joven podría derivar en una de las investigaciones federales más grandes en la historia reciente de Mazatlán.
Fuentes cercanas a la Secretaría de Seguridad confirman que se prepara una segunda fase del operativo, centrada en los demás establecimientos del Grupo Eleva, incluidos Cotorritos Marina y La Consentida, para determinar si el patrón de manipulación digital se repite.

Hoy, mientras el poder político intenta contener el daño, una madre sigue caminando por las calles de Mazatlán con la mirada fija y la voz firme. No busca solo a su hijo; busca justicia para todos los desaparecidos que el miedo y la corrupción intentan borrar.
El caso de Carlos Emilio Galván Valenzuela ya no pertenece solo a una familia. Es el espejo de un país donde las luces de los bares más brillantes iluminan las sombras más profundas del poder.
Cuando las paredes se repintan, los video