¡LÁRGATE! Corren al gobernador de Michoacán del funeral de Carlos Manzo

Los gritos de “¡Fuera, fuera, asesino!” resonaron en la Plaza Morelos como un cuchillo que rasgó el aire fúnebre.

Miles de personas se agolparon entre velas y flores, pero en lugar de silencio, hubo un clamor de rabia.

No despedían solo el cuerpo de un líder, sino que enterraban la última esperanza en la justicia y la seguridad de una ciudad sumida en la oscuridad.

La noche del 1 de noviembre, Uruapan brillaba con el Festival de Velas, pero la celebración se apagó en segundos.

Tres disparos en el centro histórico pusieron fin a la vida de Carlos Manso Rodríguez, considerado símbolo de valentía en la política local.

Recibió tres impactos de bala y cayó sobre la misma calle por la que tantas veces caminó pidiendo seguridad para su pueblo.

Durante meses, Manso había enviado cartas y discursos públicos al Gobierno de la República, especialmente dirigidos a la presidenta Claudia Cheon, solicitando refuerzos federales: el Ejército y la Guardia Nacional.

Alertó sobre el avance del crimen organizado y la vulnerabilidad de Uruapan. Sin embargo, sus súplicas nunca fueron atendidas.

En su lugar, encontró respuestas frías, evasivas y, finalmente, tres balas que silenciaron su voz.

Cuando el cortejo fúnebre avanzó lentamente por el centro, miles de ciudadanos salieron a las calles. El féretro, cubierto con la bandera de la ciudad, fue cargado sobre los hombros entre aplausos, llantos y flores.

La multitud gritaba “¡Presidente, presidente!” y “¡Justicia para Carlos!”. Cuando el gobernador de Michoacán apareció, la calma se rompió.

Cientos de voces estallaron: “¡Hijo de puta, fuera, asesino!”. El funeral se transformó en una manifestación.

Una mujer mayor, con una vela temblorosa en la mano, sollozaba: “No despedimos solo a un alcalde. Enterramos la última esperanza de esta ciudad.”

A su lado, jóvenes levantaban pancartas exigiendo justicia, mientras otros se arrodillaban en silencio. La mezcla de dolor, furia y dignidad formó una escena tan conmovedora como aterradora.

La Fiscalía General del Estado informó que dos sospechosos fueron detenidos y uno abatido durante un enfrentamiento.

Sin embargo, fuentes internas aseguran que se trata solo de “peones sacrificables”.

Vecinos de Uruapan están convencidos de que detrás del asesinato hay una célula delictiva organizada, la misma que Manso había denunciado públicamente por manipular la economía y la seguridad local.

“Él sabía quién mandaba aquí,” confesó un policía bajo anonimato, “y por eso lo mataron.”

Manso lo había dicho en una conferencia meses atrás: “No podemos llamarnos sociedad civilizada si tenemos miedo de decir la verdad.”

Hoy esa frase aparece impresa en pancartas y murales improvisados, como recordatorio del precio de la honestidad.

Durante la ceremonia, su hermano Juan Daniel Manso Rodríguez habló ante la multitud: “No estamos aquí para decir adiós.

Estamos aquí para exigir justicia — por Carlos y por todas las víctimas de la violencia. No queremos justicia selectiva, queremos justicia verdadera.” Sus palabras paralizaron la plaza antes de desatar una ovación ensordecedora.

Junto a él, Guadalupe Arias Mendoza, representante del magisterio, y el doctor Carlos Alejandro Múgica, amigo cercano de Manso, realizaron la guardia de honor.

Cada discurso, cada lágrima llevaba un mensaje claro: el pueblo de Uruapan está cansado. La muerte de Manso fue la gota que colmó el vaso.

El legado de Carlos Manso trasciende el cargo de alcalde. Gobernó con honestidad y valentía, enfrentando los temas que muchos preferían ignorar.

“Debemos decir lo que es correcto no solo políticamente, sino socialmente correcto”, había declarado. Para él, gobernar no era ejercer el poder, sino usarlo para proteger a los más vulnerables.

Creía que cada decisión debía mirar hacia el futuro de los hijos, no al beneficio del mandato.

Esa noche, bajo el cielo de Uruapan, el pueblo comprendió que su legado no podía ser enterrado. El sonido de las trompetas militares se mezcló con los sollozos y las consignas por justicia.

Las llamas de miles de velas temblaban frente a la foto del alcalde: un rostro sereno, una mirada firme, como si aún desafiara a quienes lo silenciaron.

Antes de concluir la ceremonia, un grupo de jóvenes leyó en voz alta una de sus frases más recordadas: “Rechacemos la violencia. Rechacemos la narcocultura.

No podemos construir el futuro sobre la sangre de los inocentes.” En la fría noche michoacana, esas palabras se convirtieron en juramento colectivo.

Quienes creyeron que podían apagar su voz con la violencia se equivocaron. La muerte de Carlos Manso no cerró una etapa: abrió un despertar.

Porque entre las velas de Plaza Morelos, el pueblo de Uruapan envió un mensaje tan poderoso como el hombre que los inspiró:

“No guardemos silencio ante la violencia. No permitamos que caiga otro Carlos Manso.”

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