Desde el inicio de su intervención, el niño dejó claro que no busca palabras vacías ni promesas sin fundamento.
“Yo no quiero abrazos de quien pacta con el fuego. Yo quiero paz, yo quiero un Bukele para mi pueblo”, afirmó con una firmeza que resonó en el corazón de quienes lo escuchaban.
Este llamado a la acción se basa en su propia experiencia de vida, marcada por el miedo y la violencia.
Desde que nació, ha estado rodeado de balas más que de canciones, un testimonio desgarrador de cómo la violencia ha permeado su infancia y la de muchos otros niños en México.
El pequeño compartió que su madre le habla de un pasado en el que salir a la calle no era un acto de valentía, sino una parte normal de la vida.
Sin embargo, para él, el México que conoce está lleno de miedo, gritos y sangre.
“A veces pienso que nací en el lugar equivocado porque en México ser pobre es ser invisible y ser niño es no tener voz”, expresó con una tristeza palpable.
Con estas palabras, el niño no solo denuncia la violencia, sino también la invisibilidad de los más vulnerables en la sociedad.
El niño de Oaxaca se adentra en la cruda realidad de la violencia en su país, mencionando casos específicos que han marcado la historia reciente.
Habló de la masacre en San Miguel Totolapan, Guerrero, donde 20 personas fueron asesinadas en un velorio, y de la tragedia de la familia Levarón en Sonora, donde mujeres y niños fueron brutalmente asesinados.Estos ejemplos subrayan la impunidad que rodea los crímenes en México y la falta de acción por parte del gobierno.
“¿Y qué hizo el gobierno? Nada, solo abrazos. Y abrazos no detienen balas”, enfatizó, cuestionando la efectividad de las políticas actuales.
La frustración de este niño refleja la de muchos mexicanos que sienten que sus vidas y su seguridad son ignoradas por quienes están en el poder.
La muerte de más de 40 periodistas desde que comenzó el actual gobierno es otro punto que el niño destaca, subrayando el riesgo que enfrentan aquellos que se atreven a contar la verdad.
El pequeño también compartió su dolor personal, recordando a su tío Eliseo, un campesino que fue asesinado en una balacera entre narcotraficantes.
“Tenía 37 años. Mi primo, su hijo, ahora llora en las noches pidiendo a su papá”, relató con lágrimas en los ojos.
Este relato personal añade un peso emocional a su discurso y pone de relieve cómo la violencia afecta a las familias, dejando un rastro de dolor y pérdida.
La impotencia que siente al no poder ofrecer consuelo a su primo resuena en muchos hogares en México, donde la violencia ha dejado a miles de niños sin padres.
La pregunta que plantea es desgarradora: “¿Y qué le decimos? ¿Que fue culpa de la abrazoterapia?” Esta crítica a la falta de acción del gobierno resuena profundamente en una sociedad que anhela respuestas y soluciones efectivas.
El niño de Oaxaca no se detiene en la tragedia; su discurso es un llamado a la acción.
“Miren, El Salvador era el país más violento del mundo y ahora es el más seguro porque llegó alguien que no tuvo miedo”, dijo, refiriéndose a la administración del presidente Nayib Bukele.
Este comentario resalta la necesidad de un liderazgo fuerte y decidido que priorice la seguridad y la justicia sobre las palabras vacías.
“Yo no quiero crecer viendo muertos. Yo no quiero aprender a distinguir el sonido de un cuerno de chivo”, clamó, expresando el deseo de vivir en un país donde los niños puedan jugar y aprender sin miedo.
Su deseo de un México en paz es un eco de los anhelos de muchos, que buscan un cambio real y duradero en la forma en que se aborda la violencia en el país.
A pesar de su dolor y sufrimiento, el niño también transmite un mensaje de esperanza.
Aunque su entorno está lleno de miedo, él y otros niños como él siguen soñando con un futuro mejor.
“Aquí también se llora, aunque nadie lo vea. Aquí también se sueña, aunque el miedo nos rodea”, afirmó.
Este mensaje de resiliencia es fundamental, ya que muestra que, a pesar de las adversidades, la esperanza y el deseo de cambio persisten.
El niño hace un llamado a todos los mexicanos para que compartan su voz y su mensaje.
“Si este mensaje llega a todo México, tal vez algo cambie”, dijo, instando a la acción colectiva. La participación de la sociedad es crucial para enfrentar la violencia y exigir justicia.
Su llamado a la unidad y la acción resuena en un momento en que el país necesita desesperadamente un cambio significativo.
La intervención de este niño de Oaxaca es un poderoso recordatorio de que la voz de la infancia debe ser escuchada.
Su mensaje, lleno de dolor, esperanza y un deseo de justicia, resuena en el corazón de todos aquellos que anhelan un México en paz.
La violencia y la impunidad han dejado cicatrices profundas en la sociedad, pero la valentía de un niño que se atreve a hablar puede ser el catalizador para un cambio real.
Mientras el país enfrenta desafíos enormes, es crucial que la sociedad escuche y responda a este llamado. La lucha por la justicia y la paz no es solo responsabilidad de los líderes, sino de cada ciudadano.
“Yo soy un niño de Oaxaca y yo solo quiero paz”, concluyó, encapsulando el deseo de una generación que merece crecer en un entorno seguro y amoroso.
Su voz es un faro de esperanza en medio de la oscuridad, recordándonos que el cambio es posible si todos nos unimos en la búsqueda de un futuro mejor.