No todas las balas se disparan por casualidad. Hay muertes que tienen fecha, hora y un contexto cuidadosamente elegido.
El asesinato de Mario Pineida comienza a entenderse bajo esa lógica tras las declaraciones recientes del sicario
que participó directamente en el ataque, palabras que obligan a replantear la pregunta central del caso: por qué tenía que ser precisamente ese día.
Según fuentes vinculadas a los interrogatorios, los implicados aseguraron que el momento del crimen no fue producto de un encuentro fortuito.

La fecha había sido definida con antelación, en función de la rutina, los vínculos personales y la situación privada del futbolista. Todo estaba alineado para que aquel día se convirtiera en el punto de no retorno.
Las autoridades señalan que los atacantes conocían con exactitud cada detalle de la vida cotidiana de Pineida. Sabían dónde estaría, con quién y en qué circunstancias.
Para los investigadores, este nivel de precisión solo es posible con información proveniente de círculos muy cercanos a la víctima.
Uno de los aspectos más inquietantes es el móvil. En sus declaraciones, los sicarios insistieron en que no se trató de un crimen por dinero.
No hubo extorsión, ni deudas, ni mensajes posteriores. El motivo, afirman, fue estrictamente personal y vinculado a conflictos arrastrados durante años en la vida íntima del jugador.

Los expedientes del caso describen una situación personal compleja. Mario Pineida habría sostenido de manera paralela un matrimonio legal que nunca se disolvió formalmente y una relación sentimental pública.
Esa doble vida, según los investigadores, generó tensiones silenciosas y heridas profundas que permanecieron ocultas hasta volverse explosivas.
Especialistas consultados coinciden en que las emociones reprimidas durante largos periodos pueden transformarse en acciones extremas cuando se presenta el momento adecuado.
El día del ataque habría sido considerado por los autores intelectuales como el instante ideal, con todos los riesgos calculados.

La ejecución del crimen refuerza esta tesis. La elección del lugar, la coordinación de los roles y la ruta de escape evidencian una planificación minuciosa.
Este patrón ha llevado a las autoridades a investigar la posible existencia de un informante interno, alguien con acceso directo a los hábitos y movimientos del futbolista.
Un punto de inflexión surgió cuando los sicarios hablaron del acuerdo económico fallido. El pago, según relataron, estaba dividido en etapas.
Al no cumplirse el resultado esperado, la última parte fue suspendida. Esa ruptura provocó desconfianza y temor, empujándolos a colaborar con la policía y revelar información clave.
A lo largo de la investigación, la esposa legal de Mario Pineida ha aparecido de forma constante en las líneas de indagación.

Sin acusaciones formales en su contra, los investigadores reconocen que era quien mejor conocía la rutina y los conflictos personales del jugador. Su silencio posterior al crimen ha alimentado la controversia pública.
Por ahora, las autoridades insisten en que cualquier conclusión debe basarse en pruebas sólidas. Sin embargo, los elementos reunidos hasta el momento apuntan a una certeza inquietante.
La muerte de Mario Pineida no fue un ataque al azar, sino un crimen marcado por el tiempo, la cercanía y motivos que van mucho más allá de la violencia común.