Mazatlán, conocida por sus playas y su vida nocturna vibrante, hoy carga con el peso de una desaparición que ha dejado a toda una familia sumida en la angustia.
En medio del bullicio de Terraza Valentinos, un joven de 21 años se desvaneció de forma inexplicable, desafiando toda lógica y exponiendo fallas profundas en los mecanismos de respuesta y justicia del estado de Sinaloa.
Han pasado dos meses y la pregunta que atormenta a todos sigue sin respuesta: dónde está Carlos Emilio Gálvez Valenzuela y qué ocurrió realmente aquella noche.
Desde el inicio, el caso estuvo marcado por irregularidades. Las imágenes filtradas de las cámaras muestran que Carlos Emilio no salió por la puerta principal usada por los clientes, sino por una puerta lateral poco transitada.

No iba solo. Dos hombres, que parecían conocerlo, lo guiaban hacia la parte trasera antes de subir a un vehículo aún no identificado.
Aquella zona no es de acceso habitual para los clientes, lo que enciende dudas legítimas: cómo pudo un joven ser llevado por un acceso interno sin que nadie interviniera y por qué nadie en el establecimiento alertó sobre la situación.
Ante la falta de respuestas, su madre, Brenda Valenzuela, inició una lucha solitaria contra el tiempo y la indiferencia institucional.
Durante dos meses, tocó todas las puertas posibles en Sinaloa, desde la Fiscalía hasta las áreas de investigación.

Sin embargo, lo único que recibió fueron declaraciones vagas, informes incompletos y promesas que nunca se cumplieron.
Cansada de la inacción y decidida a que la desaparición de su hijo no quedara archivada, viajó a Ciudad de México en un “llamado urgente”, buscando la intervención del gobierno federal.
Aquella mañana llegó frente al Palacio Nacional a las 5.30, sosteniendo la fotografía de Carlos Emilio como única arma en su búsqueda de justicia.
Allí se unió a decenas de familias que, como ella, han tenido que salir a las calles para exigir lo que las instituciones no han podido garantizar.
Aunque atención ciudadana recibió la información y prometió una respuesta, Brenda sabía que las palabras no alcanzan. Lo que necesita, lo que suplica, es acción real, una investigación seria, transparente y sin evasivas.

Brenda denuncia que en dos meses la investigación estuvo plagada de omisiones graves. El lugar de los hechos jamás fue asegurado correctamente, el personal del establecimiento no fue interrogado a tiempo y las pruebas no se preservaron.
Incluso las declaraciones del Subfiscal Isaac Aguayo, en las que aseguró haber identificado rostros y vehículos vinculados al caso, no se tradujeron en avances concretos. El expediente sigue en el mismo punto, mientras la confianza de la familia se desmorona.
Un elemento que ha generado controversia es la destitución del Director de Economía de Sinaloa, quien también es propietario de Terraza Valentinos.
Supuestamente se hizo para facilitar la investigación, pero según Brenda, este funcionario ni siquiera ha sido citado a declarar.

El cierre del establecimiento tampoco fue ordenado por las autoridades, sino que fue una decisión unilateral del propio negocio, alimentando aún más las sospechas sobre posibles intereses protegidos.
Mientras tanto, los dos primos que acompañaban a Carlos Emilio el día de la desaparición declararon el 6 de octubre y han seguido proporcionando información.
Sin embargo, esas declaraciones no se reflejan en avances claros dentro de la investigación. La familia también ha solicitado rastrear el teléfono de Carlos Emilio, un elemento clave que podría reconstruir sus últimos movimientos, pero no han recibido una respuesta concreta.
Solo cuando contrataron a un abogado lograron acceder al video completo de la noche de la desaparición.

Antes de eso, las autoridades solo les habían mostrado fragmentos editados, sin continuidad. La falta de acceso a la información reforzó la desconfianza de la familia y dejó en evidencia un proceso lento y opaco.
Terraza Valentinos es un lugar concurrido, con personal de seguridad y vigilancia constante. Para Brenda, los hombres que acompañaron a su hijo no pueden ser desconocidos para el establecimiento.
La posibilidad de que personas externas tuvieran acceso a zonas restringidas sin levantar sospechas parece, al menos, improbable.
Día tras día, Brenda regresa al Zócalo para repartir volantes, esperando que alguien reconozca a su hijo o aporte una pista.

Aunque la esperanza parece desvanecerse, su determinación no. “No pido algo extraordinario. Solo quiero que encuentren a mi hijo” dice, con la voz quebrada pero firme.
Mientras las autoridades continúan sin ofrecer respuestas claras, el país observa cómo una madre lucha desesperadamente contra la indiferencia.
Dos meses han pasado y la justicia aún no llega. Entre el silencio institucional y el dolor que no da tregua, Brenda Valenzuela se aferra a una sola esperanza: que un día, Carlos Emilio regrese a casa, al lugar donde siempre ha pertenecido.