Pareciera una broma de mal gusto, pero no lo es.
La política mexicana vuelve a demostrar que siempre puede caer un poco más bajo.

Esta vez no fue un tropiezo menor ni una declaración sacada de contexto, sino una afirmación que dejó a muchos con la boca abierta y a otros muertos de risa.
Gloria Trevi, cantante, figura mediática y protagonista de incontables polémicas, reconoció públicamente que le gustaría ser presidenta de la República.

La declaración surgió en medio de un contexto ya de por sí explosivo.

Trevi confirmó que denunció a Ricardo Salinas Pliego y que en Estados Unidos se exige una reparación del daño por daño moral que asciende a 180 millones de pesos.
Un pleito legal de alto voltaje contra uno de los empresarios más poderosos del país, acusado por ella de haber atentado contra su carrera artística.
Y como si el escándalo no fuera suficiente, la idea presidencial apareció como una chispa más en el incendio.

De inmediato comenzaron los murmullos, las burlas y también los cálculos políticos.
En Movimiento Ciudadano, partido que ya arrastra una imagen de frivolidad y candidaturas estridentes, empezaron a sonar los panderos.
Si Samuel García no fue suficiente, ahora el nombre de Gloria Trevi comienza a circular como una posibilidad real.
No es chiste.
No es meme.
Es el reflejo de una oposición que parece competir consigo misma por ver quién hace más el ridículo.

En una entrevista que ya circula ampliamente, Gloria Trevi admite que en algún momento dijo que quería ser presidenta.
Hoy matiza.
Reconoce que le faltan estudios, que tendría que prepararse más, que incluso debería estudiar derecho y economía.
Confiesa que los números no son lo suyo, pero que con disciplina podría aprender.
Lo que realmente la mueve, asegura, es el altruismo y el deseo de ayudar a los más pobres y necesitados.

Habla de la desigualdad que duele.
De la brecha abismal entre las grandes ciudades y el México profundo.
De la gente humilde, buena, inocente, que ha sido engañada durante décadas primero por la televisión y ahora por las redes sociales.
Su discurso, aunque emotivo, suena peligrosamente cercano al populismo más básico.
Buenas intenciones, grandes palabras y ninguna propuesta concreta.

Todo esto ocurre mientras Ricardo Salinas Pliego, su antagonista en esta historia, decide subirse al escenario religioso.
El empresario aprovechó el 12 de diciembre, Día de la Virgen de Guadalupe, para publicar una oración por México.
Pidió paz, seguridad y protección para las familias que viven con miedo.
Un mensaje difundido en medio de sus disputas fiscales con el gobierno federal y sus constantes choques públicos con el poder.

La escena no pasó desapercibida.
Mientras pide oraciones y se presenta como un hombre preocupado por el país, Salinas Pliego exhibe en sus redes sociales una colección millonaria de obras de arte.
Piezas de altísimo valor que, según muchos analistas, ya deben estar provocando que en el gobierno se froten las manos.
Porque el arte, aunque rodeado de un aura de sofisticación, no es intocable ni inembargable.

Las obras de arte no son bienes mágicos que escapan a la ley.
En procesos de embargo, joyas y objetos de arte tienen incluso prioridad sobre inmuebles o salarios.
Solo son inembargables en casos muy específicos, como cuando forman parte del menaje básico o son herramientas de trabajo indispensables.
Una colección privada de inversión, como la que presume Salinas Pliego, está lejos de ser intocable.

Además, el mercado del arte es uno de los más opacos del mundo.
Valorar una obra es profundamente subjetivo.
Ese mismo vacío lo convierte en un terreno fértil para el lavado de dinero.
Un cuadro puede “valer” lo que alguien esté dispuesto a pagar por él, sin referencias claras ni parámetros objetivos.
Un mecanismo ideal para mover grandes cantidades de dinero bajo una apariencia legal.

Mientras tanto, la oposición mexicana ofrece este espectáculo desolador.
Cantantes que sueñan con la presidencia.
Empresarios que rezan en público mientras exhiben su riqueza.
Partidos que parecen no aprender de sus fracasos y siguen apostando por figuras mediáticas en lugar de proyectos serios.

La pregunta ya no es si Gloria Trevi será candidata.
La pregunta es qué tan bajo puede caer el debate público antes de tocar fondo.
Si esta es la oferta política frente al oficialismo, no sorprende que muchos vean a Morena gobernando durante décadas.
La oposición no solo no convence, sino que se sabotea sola.

Entre demandas millonarias, aspiraciones presidenciales improvisadas, discursos emotivos sin sustancia y empresarios que mezclan religión, política y negocios, el país observa.
Y observa con una mezcla de incredulidad, cansancio y hartazgo.
Porque mientras unos juegan a la política como si fuera un espectáculo, los problemas reales siguen intactos.
Violencia, desigualdad, pobreza y corrupción no se resuelven con canciones, oraciones ni ocurrencias.

Lo que queda claro es que México no atraviesa una crisis de ideas, sino de seriedad.
Y cada nuevo episodio como este confirma que, para ciertos actores, la política se ha convertido en una puesta en escena permanente.