Nacido en una noche lluviosa de 1960 en Villa Altagracia, República Dominicana, su infancia estuvo marcada por la pobreza extrema.
“Vivíamos en un batey, en un vagón de tren.
Dormíamos en el suelo, sin espacio, sin comida suficiente”, confesó.
Desde niño, la música ya vivía en él, pero la vida lo obligó a sobrevivir de cualquier manera.
Cargaba caña, trabajaba en un molino y hasta llevaba agua a las vecinas para ganar unos centavos.
Pero mientras luchaba por comer, su talento comenzaba a brillar.
Su madre, Ana, siempre creyó en él.
“Tú vas a ser un artista”, le decía, y esas palabras se convirtieron en su motor.
Sin embargo, la tragedia golpeó temprano.
Ana murió por un error médico tras recibir penicilina, a pesar de ser alérgica.
“Eso me destrozó.
Dejé de ser niño ese día”, recordó Sergio con dolor.
Poco después, su padre también falleció, víctima de un cáncer de colon.
Pero en medio de la oscuridad, Ramona, la última pareja de su padre, llegó como un ángel.
“Ella asumió el rol de madre sin tener que hacerlo.
Fue mi salvación en esos años”, dijo.
En 1981, Sergio se subió a un escenario por primera vez y cantó “Amor” de José José.
Aunque no ganó el festival de la voz, llamó la atención de Dionis Fernández, quien lo invitó a su orquesta.
Así comenzó su ascenso al estrellato.
En 1986, Sergio grabó su primer disco con Los Hijos del Rey, y su versión de “La quiero a morir” lo catapultó a la fama.
Su voz resonaba en emisoras de Puerto Rico, Venezuela y Panamá, pero detrás de las luces había sombras.
“Me fui de Los Hijos del Rey porque ahí había mucho vicio”, confesó.
Drogas, relaciones poco convencionales y un ambiente que para él era inaceptable.
Incluso habló de presiones y manipulación hacia los más jóvenes, un tema que pocos se atreven a tocar.
A pesar de los obstáculos, Sergio Vargas se convirtió en una figura icónica del merengue.
Firmó contratos millonarios con CBS y llenó escenarios en toda América Latina.
Sin embargo, la fama también trajo rumores.
Se especuló sobre romances con mujeres famosas, como la esposa de Sammy Sosa y la cantante Giselle, pero Sergio negó todo.
“La gente inventa películas que ni Netflix”, dijo con humor.
Más allá de los chismes, Sergio enfrentó tragedias que marcaron su vida.
En 1989, una hepatitis viral casi lo mata.
“Estuve al borde del abismo”, confesó.
Años después, un accidente en Venezuela cobró la vida de cinco personas, incluido un percusionista que viajaba con él.
Sergio sobrevivió, pero las cicatrices quedaron.
Y cuando el COVID-19 golpeó, estuvo cinco días en cuidados intensivos, perdiendo 60 libras.
“No quería que mi familia ni mis amigos me vieran así.
Vulnerable entre máquinas”, recordó con lágrimas en los ojos.
A pesar de todo, Sergio Vargas nunca dejó de luchar.
Su música no solo le dio fama, sino también propósito.
Fundó una organización en Nueva York para ayudar a los más necesitados y usó su influencia política como diputado para mejorar la vida en Villa Altagracia.
Incluso protagonizó una protesta única: no se cortó el pelo hasta que las calles de su pueblo fueran reparadas.
“Hasta que mi gente no vea los beneficios, este pelo no se toca”, prometió, y cumplió.
Hoy, después de más de 40 años de carrera, Sergio Vargas sigue siendo un ícono del merengue.
En 2021, ganó su primer Latin Grammy con el álbum “Esmerengue”, y en 2024 recibió el Congo de Oro en el Carnaval de Barranquilla.
“Yo vengo de un batey donde la gente no soñaba con aplausos, sino con comida.
Y aquí estoy, todavía tengo mucho que decir”, dijo con orgullo.
Pero detrás del éxito, hay una lucha constante contra la soledad.
Sergio ha tenido ocho hijos con diferentes madres, pero el amor verdadero aún lo elude.
“No quiero morirme solo”, confesó.
A pesar de sus relaciones pasadas, reconstruir lo que tenía se siente imposible.
Sin embargo, su fe y su música lo mantienen en pie.
La historia de Sergio Vargas es un testimonio de resiliencia.
Desde la pobreza extrema hasta los escenarios más grandes del mundo, su vida es una mezcla de gloria y dolor.
“Le prometí a Dios que si mi vida encontraba sentido a través de la música, yo no iba a ser mala persona.
Y lo he cumplido”, dijo.
Su legado no solo se mide en discos de oro y premios, sino en el impacto que ha tenido en su gente y en su país.
¿Qué opinas de esta reveladora historia? ¿Crees que Sergio Vargas ha superado sus demonios? Queremos leer tus comentarios y abrir el debate sobre esta fascinante vida llena de altibajos.
¡Comparte tu opinión y mantente conectado para más historias como esta!