El instante en que Carlos Manzo fue atacado en plena plaza pública no solo cerró una etapa: abrió una puerta completamente distinta, un México donde los golpes políticos ya no se ejecutan en la sombra, sino que se exhiben —crudos, directos— a la luz del día.
Y desde ese momento, una pregunta comenzó a resonar cada vez más fuerte: ¿Claudia Sheinbaum está siendo puesta a prueba… o está siendo tomada como objetivo?
No es casual que analistas y observadores describan que México ha llegado a un “punto de quiebre”. Es ese momento en el que un solo acontecimiento puede desencadenar un terremoto político de gran escala.

El ataque contra el alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, ocurrido frente a los ojos de los ciudadanos y de su propia familia, se convirtió en un golpe simbólico devastador: expuso la fragilidad del aparato de seguridad nacional y sacudió directamente la imagen de autoridad del Estado.
Manzo había solicitado protección al presidente en múltiples ocasiones, pero ninguna medida fue otorgada.
Ese detalle se volvió un elemento central de crítica hacia el gobierno, pues plantea una pregunta inquietante: si un alcalde no puede ser protegido, ¿quién en este país puede sentirse seguro?
Tras el ataque, el sombrero característico de Manzo se transformó en un símbolo —no solo de duelo, sino de una indignación social que sigue creciendo silenciosamente.

En este contexto, lo más impactante no ha sido la reacción de la oposición, sino las fracturas que se están abriendo dentro de Morena. Analistas lo resumen con una frase contundente: “La batalla no es entre Morena y la oposición. La batalla está dentro de Morena.”
Al observar más de cerca la estructura interna del partido gobernante, reaparece un fantasma conocido: el “ADN del PRD”, con sus históricas tribus irreconciliables.
Las tensiones entre estos grupos de poder han empezado a manifestarse de manera abierta. La irrupción del grupo de Tabasco con la frase “Nosotros vamos contra la señora” no fue un arrebato emocional: fue una advertencia directa contra Sheinbaum.
En cuestión de semanas, surgió un análisis inquietante: eventos como el ataque a Manzo podrían estar siendo utilizados como instrumentos de presión política.

Algunos grupos buscan demostrar que el presidente —a quien se percibe como la figura que guía desde la sombra a Sheinbaum— ha perdido control.
Y con ello, intentar debilitar a la presidenta, convertir el caos en munición política y reconfigurar el equilibrio interno del poder.
Fuentes cercanas al círculo gobernante describen que Sheinbaum está bajo una presión emocional sin precedentes.
Sus colaboradores la consideran una mujer extremadamente meticulosa, pero esa meticulosidad ahora enfrenta un sistema complejo, desgastado y lleno de trampas.
Un analista lo expresó con crudeza: “Abrió el cajón de la cocina y encontró un nido de ratas, cucarachas y alacranes. Y entendió que este lugar —este gobierno— no es tan ordenado como parecía.”

En esa situación, una reestructuración profunda del gabinete hacia finales de su primer año no es una opción política: es un mecanismo de supervivencia.
Mientras Morena lidia con su propia implosión, otro frente estalló en el escenario nacional: la disputa fiscal entre Ricardo Salinas Pliego y el SAT.
La cifra que exige la autoridad tributaria —75,000 millones de pesos, diez veces más de lo que Salinas había aceptado pagar— convirtió el conflicto en una confrontación abiertamente política.
Salinas no solo rechazó la cifra: declaró que si se trataba de un asunto político, él estaba dispuesto a responder con política.
Desde entonces, crece la especulación sobre su posible candidatura presidencial para 2030.
Y con un poder económico sin límites, un discurso sin censura y una audiencia gigantesca en redes —especialmente entre la Generación Z—, Salinas emerge como un contendiente capaz de romper el esquema político actual.

A la par, la designación de Mario Delgado como secretario de Educación encendió una tormenta institucional.
Delgado —acusado de canalizar dinero del huachicol para financiar campañas de Morena— fue descrito por especialistas como un hombre que busca un paraguas protector ante posibles investigaciones.
Algunos críticos incluso lo califican como un “crimen de lesa patria”, pues consideran que este nombramiento no obedece a méritos, sino a un pacto de protección política.
El malestar también se extendió al campo, donde los agricultores se vieron obligados a bloquear 18 carreteras para exigir un aumento en el precio de garantía del maíz.
El plan federal de 57,000 millones de pesos para Michoacán fue desmantelado por analistas: la mayor parte eran recursos ya presupuestados.

El “incremento real” rondaba unos cuantos cientos de millones —insuficiente para atender la crisis económica y de seguridad que enfrenta la región.
En paralelo, una chispa inesperada comenzó a crecer: una marcha organizada por la Generación Z. No tiene líderes visibles ni estructura tradicional, pero está uniendo a agricultores, trabajadores del poder judicial y sectores urbanos. De movimiento estudiantil pasó a movimiento social en tiempo récord.
Y con ese crecimiento llegaron los rumores: que el gobierno estaría planeando medidas “poco agradables” para entorpecer la movilización.
Esta idea evocó inmediatamente el recuerdo de 1968, cuando Luis Echeverría y Gutiérrez Barrios manipularon el movimiento estudiantil para justificar una represión que terminó impulsando la carrera presidencial del propio Echeverría.
La historia agrega un detalle inquietante: los padres de Sheinbaum y los de López Obrador fueron activistas en aquel movimiento del 68. Y ahora, la historia parece regresar, pero desde una perspectiva irónica y cruel.

Finalmente, el capítulo más explosivo: la investigación sobre el hijo de López Obrador, presuntamente involucrado en una red de huachicol financiero que manejaría miles de millones de dólares.
Este escándalo —uno que podría sacudir a cualquier gobierno del mundo— no apareció en los medios tradicionales.
Según el análisis, varios de esos medios habrían recibido pagos desde la oficina presidencial para no cubrir la información. Y la oposición, lejos de aprovecharlo, no presentó denuncias formales.
La pregunta inevitable es: ¿por qué tanto silencio?
¿A qué precio?
Al final, el ataque contra Carlos Manzo se convirtió en un punto nodal dentro de una guerra interna que está redefiniendo el poder en México.
Y Claudia Sheinbaum, lejos de estar guiando el proceso, parece estar siendo empujada al centro de un huracán donde cada movimiento puede interpretarse como un signo de debilidad.
México entra en una etapa en la que cada día puede convertirse en un punto de inflexión. Cada decisión —o cada demora— de Sheinbaum puede marcar el rumbo del país.
En este escenario, la pregunta fundamental no es si Morena seguirá dominando, sino:
¿Cómo sobrevivirá Claudia Sheinbaum a esta guerra oculta —y quiénes son, realmente, los que van por ella?