A sus 59 años, decidió romper el silencio de una vida que muchos creyeron perfecta.
Lo hizo sin poses, sin adornos, sin maquillaje emocional.
Y lo que dijo… sacudió.
“Si no me hubiera separado, tendría un chorro de muchachos”, confesó con una mezcla de ironía y nostalgia.
Pero esa frase no es una broma ligera.
Es el reflejo de una maternidad tardía, peleada con el tiempo, con la biología y con las voces que le decían que ya no se podía.
Pero Viviana siempre llegó a tiempo.
A los 42, nació Aranza.
A los 44, Sebastián.
Dos milagros que marcaron el ritmo de su vida cuando el mundo ya esperaba que se detuviera.
No lo hizo.
Ni cuando dejó la televisión en Venezuela, ni cuando la fama mutó en olvido momentáneo.
“No me fui, me transformé.
No me silenciaron, decidí cuándo parar”, dice.
Y con esa frase, Viviana se convierte en el símbolo de una generación que no acepta la invisibilidad como castigo por cumplir años.
Atrás quedó la corona invisible del Miss Venezuela, aquella que nunca planeó buscar.
Entró a ese mundo por una puerta sin nombre, cargando libros de anatomía mientras caminaba en tacones.
Una doble vida entre bisturís y pasarelas que luego se convirtió en una triple vida: animadora, madre y mujer.
Pero fue en Benevisión donde sacrificó todo: fines de semana, juventud, normalidad.
Cambió las rumbas por libretos, la playa por ensayos, la vida común por una extraordinaria.
Y aunque todos la recuerdan como la mujer que animaba concursos o hacía reír en “La guerra de los sexos”, hoy ella revela otra batalla: la de su alma con la soledad.
Esa que llegó silenciosa tras su exilio, tras dejar el país que amaba sin plan B.
“Nunca quise irme.
Nunca.
Pero tuve que hacerlo.
” Esa frase, sola, pesa toneladas.
Viviana no huyó de Venezuela, se la llevó consigo.
En su memoria, en sus hijos, en las cenizas de su padre que descansan ahora en las Rocosas, lejos del Caribe, pero cerca del corazón.
Ese padre que, al verla derrotada, le dijo la frase más brutal: “¿Eso es todo lo que tú eres?” Y sí, con esa bofetada de realidad, ella aprendió que no había espacio para rendirse.
Y entonces llegó su etapa más audaz: producir su propio contenido.
No pidió permiso.
No esperó apoyo.
Se volvió jefa, guionista, entrevistadora, técnica de luces si hacía falta.
Transformó su canal de YouTube en su nueva televisión.
“Yo soy el escenario”, le dijeron una vez.
Y lo creyó.
Hoy, su podcast es lo que la gente recuerda.
No las novelas, no los especiales de gala.
Su voz, su historia, su vulnerabilidad.
Desde ahí, ha tocado más almas que nunca, hablando de salud mental, menopausia, maternidad, abandono, fe.
Porque sí, también habló de Dios.
Judía por conversión, estudió cabalá por sus hijos y hoy reza en familia con una pregunta tan simple como poderosa: “¿Qué agradeces hoy?”
Viviana ya no busca halagos.
Busca paz.
Y aún así, es inevitable rendirse ante su autenticidad cuando afirma con una sonrisa cansada: “Yo soy la naranja completa.
Lo que pasa es que no todos están listos para este jugo.
” Con esa frase enterró para siempre la fantasía de la media naranja.
Ella no espera a nadie.
Ella ya llegó.
¿Y la rivalidad con Maite Delgado? Directa como nunca, lo dijo claro: “Competimos, claro.
Pero siempre hubo respeto.
” Dos mujeres bajo el mismo techo mediático, exigidas al triple por ser “las niñas de la casa”.
Una rubia.
Una morena.
Dos íconos que sobrevivieron sin pisarse.
Lo que el público inventó, ellas lo desmintieron con dignidad.
Detrás de cámaras, Viviana ha vivido todo: maternidad en soledad, ansiedad, cortisol disparado, cansancio extremo.
Le preguntaron si quería operarse.
Respondió que no tiene tiempo.
Que el espejo puede esperar, pero la vida no.
Y eso resume todo.
Su motor no es la perfección, es la autenticidad.
Viviana habla con la sabiduría de quien ha vivido demasiado y aún así no ha perdido el asombro.
“Yo no estudié medicina por azar.
Yo quería sanar.
Y al final, terminé sanando desde otra trinchera: la televisión.
” Lo dice con la serenidad de quien entiende que el propósito no tiene uniforme.
Que se puede curar con un bisturí… o con una sonrisa a tiempo.
Su historia está escrita en madrugadas sin dormir, decisiones valientes, separaciones sin rencor y una maternidad tardía vivida con pasión.
Y aunque no hay una pareja actual, ella no está incompleta.
Sus hijos son su mayor obra, y su legado es un canal de YouTube que vibra con verdad en un mar de falsedad.
A quienes pensaron que ya había pasado su momento, hoy Viviana les responde sin rabia, pero con una certeza feroz: “Mientras tenga salud, gratitud y café, yo sigo.
” Porque sí, sigue.
Reinventándose, sanando, contando, creando.
Con miedo a veces, con dolor otras.
Pero siempre adelante.
Viviana Gibelli no es un recuerdo.
Es presente.
Es prueba viva de que reinventarse no es una opción…
es una obligación si quieres sobrevivir con dignidad.
Y si tú también alguna vez sentiste que te apagabas, escucha lo que dijo al final, con una voz suave, pero decidida: “No te quedes tirado.
Levántate.
Con miedo.
Con dudas.
Pero levántate.”
Porque sí, Viviana Gibelli sigue de pie.
Y más viva que nunca.